Estaba sentando en aquella banca, la que tantos momentos guardaba entre tornillos y pintura desgastada. Tenía su cabeza entre las manos, era tarde y el sol terminaba de dar los últimos rayos de sí mismo antes de retirarse a dormir. El calor era insoportable y aún así no se movió ni un milímetro, tenía que aferrarse a aquello que aún le era posible tocar y palpar, las letras se movían lentamente en su pensamiento, esa carta que le rompía el corazón y le hacía darse cuenta del fallo que había tenido.
-Necesito tiempo, espacio, para poder poner en orden la maraña que se ha creado en mi interior.- Terminaba la pequeña nota que bajo su bolsillo le quemaba, las lágrimas comenzaron a brotar sin tener oportunidad alguna de caer al suelo al evaporarse y unirse a la humedad de día. –Tenía tanto a su lado y nunca fui capaz de darle aquello que realmente necesitaba, los 5 segundos para un beso tierno en la mejilla al llegar y encontrarla dormida, un te amo al despertar o simplemente una sonrisa al saber que pasó horas en la cocina preparando el guisado que tanto me gustaba. Me aferré a darle lo material y alimenté mi ego creyendo que había podido darle todo aquello que necesitaba: una estufa o una lavadora, objetos que la mantenían esclava de la casa que nunca dejé que fuera hogar. Tal vez aún sea tiempo y pudiera convencerla, mostrarle que soy quien fui, aquel joven que le dio su corazón hace 10 años atrás en este mismo lugar, en el parque una noche junto al faro, nuestro faro.
Se levantó y fue a la casa rápidamente por el auto y algo de herramienta, regresó y con todas sus fuerzas comenzó a desatornillar y taladrar ese faro que le pertenecía, les pertenecía desde el momento en que alguien sin pensar lo puso para ellos, como pudo lo metió al coche y tomó velocidad hacia la carretera, él se imaginaba donde se encontraba, una casa de campo que no estaba muy lejos del lugar, subió la velocidad ya entrando a la estatal y sin detenerse voló por el pavimento.
Llegó al lugar.
Se movió ágilmente sin hacer ningún ruido, justo en el centro del pórtico colocó el faro, intentó conectarlo a la luz exterior y en seguida encendió; tocó el timbre y esperó ansiosamente su rostro.
La puerta se abrió, Daniel, su amigo de tantos años era quien lo saludaba con consternación, intentó mantener la cordura, encontrar alguna lógica de aquella visión pero la policía llegaba en ese momento, interrumpía la realidad en que se había transportado fantasmagóricamente de un instante a otro. Sin ánimo entró en la patrulla y dejó que la vida y sus acciones terminaran de conducirlo a su castigo.
Detrás de los barrotes y rodeado de concreto frío esperaba a que la sentencia pasara para sentir el aire libre, pero su corazón se sentía preso de una cárcel totalmente distinta, no tenía forma de reprocharle nada, ella tenía necesidad de amor y como cualquier humano fue en su búsqueda encontrándolo justo en la persona que la conocía mejor que su propio marido.
Un día el oficial fue por él, tenía una visita, era ella. –Seguramente quiera el divorcio.- Triste y resignado se dirigió a la sala que le habían indicado, su rostro detrás de la ventana plastificada estaba radiante, sus ojos volvían a brillar, la amaba, no tenía duda alguna de eso, siempre la había amado; con sollozos empezó a disculparse por todo los errores que en pasado había cometido, quería que por lo menos supiera que al final él había abierto los ojos, que su corazón se había encendido así como el faro que quedó plantado en el pórtico, -el pórtico…-
-Calla, se lo que estás pensado, pero debes saber que estás equivocado. Sabía que irías a buscarme así que le pedía a Daniel que me dejara quedarme en su casa unos días, mientras él podía quedarse en la nuestra. Al momento en que te detuvieron me avisó, hemos estado juntando el dinero suficiente para sacarte.
-Pero…
-En tu mirada puedo ver tu amor, siempre pude verlo; sólo que me sentí confundida y al momento de saber lo que hiciste entendí que nunca me obligaste a quedarme en casa, me gustaba estar para ti y darte esa parte de mí como mujer, te amo y siempre será así.
Unas horas más tarde, salió libre y recibió la libertad más grande que su alma había sentido hasta entonces, los brazos de su amada, la entrega total sin condiciones. Fueron a la iglesia donde alguna vez prometieron su amor y con devoción resurgieron en sus corazones los votos, esos votos que los juntaba en un mismo camino, entendiendo y comprendiendo las necesidades del otro… y juntos de la mano, en los primeros rayos del sol, caminaban hacia su nueva vida donde el faro brillaría en el parque, en el pórtico y por sobre todo… en su amor.
* NOTA: Isnpirada en un escrito de Alejandro Orellana titulado "El farol".