Va la niña caminando, solitaria en la noche, a mitad de la calle; entre sus manos llevaba algo diminuto, era de cristal. Caminaba despacio haciendo eco al contacto con los charcos sobre el cemento frío, lágrimas cristalizadas caían en cada lado del rostro, reflejando cierta apuración, mostraba la urgencia de querer llegar.
El camino era imparable, recorría las cuadras esperando encontrar una señal. La negrura de la noche escondía los sollozos del llanto melancólico. En el parque, cansada decidió ceder ante la fatiga, al no tener éxito hasta el momento. Encontró un árbol frondoso y pronto sus ojos se cerraron en busca del consuelo, dentro de los sueños; con muchos cuidado colocó el frágil objeto junto a su pecho para no perderlo.
De nuevo la luz, aquella que hacia noches la seguía; esta vez corrió hacia ella -Clara, ¡hija mía!- gritó la voz en el recuerdo de su padre, enloquecida intentó obtener la imagen de su rostro. Sólo alcanzó la silueta imperfecta de la sombra, era irregular, pero muy hermosa, tal cual diamante en bruto en su pureza.
-Por fin-, alcanzó la niña a decir con tal emoción, extendió sus diminutas manos, -lo siento no he podido traer nada más, se que es muy pequeño y está roto…- Las lágrimas la callaron, el eco pedía su espacio. Poco a poco la figura comenzó a tomar forma, convirtiéndose en ráfaga de aire, deslumbrando con colores, cual coleta de estrella fugaz, levantó a la niña entre sus olas y le otorgó el abrazó más cálido que, nadie jamás podría otorgar, sino fuera desde la nobleza del alma.
-Te estuve esperando, mi pequeña Clara; con alegría te doy la bienvenida, la humildad brilla en tus ojos azul celeste, la bondad purifica tus manos y la lealtad te lleva por el camino correcto, ¿dime qué puedo hacer por ti? -He venido desde muy lejos caminando, sólo para ofrecerte esto...- con cuidado sacó del hermoso cofre su débil corazón. Al verlo, la tristeza de los recuerdos la invadió. -Clara, no debes temer ni avergonzarte, tu corazón es lo más bello que pudieras ofrecer; cada trozo desprendido muestra la inocencia, al querer compartir una parte de ti y no ser correspondida; se ven comisuras, de esos trozos, que has logrado intercambiar entre sonrisas.
Ante lo dicho, un torbellino de polen de girasoles comenzó a elevarla por los aires, las calles fueron desapareciendo, el parque frío se convirtió en edén de paraíso, las alas se expandieron elegantemente al vuelo al llevarla de vuelta.
Abrió los ojos, la habitación estaba obscura, la luna brillaba en lo alto, su corazón... su corazón latía febrilmente, en su pecho; pues sabía que algo nuevo había dentro de él.