Morir para nacer.


El mar había cruzado. Quiso mantener sus pensamientos en el pasado; un pasado que albergaba el recuerdo de haber dejado a su familia, a sus amigos y hermanos; también a esos extraños, aquellos que se le hacían de alguna forma conocibles y semejantes. El sol salía por la misma dirección ocultándose en el opuesto más tarde. Caminó sobre la banqueta, —¿soy feliz? —no dejaba de pensar constantemente— Estoy lejos de aquello que puedo llamar hogar por la llamarada de un sueño. Las personas que caminan a mí lado tienen dos manos, dos piernas, dos ojos, una nariz y una boca; similar a lo que he dejado pero… no es igual, hay algo inusual.

Parecía que el violeta del atardecer acrecentaba sus pensamientos. Dentro, en la línea del crepúsculo, podía ver nítidamente lo que había sido su ayer y lo que podría ser su futuro. Se encontró en medio –el presente-. Visualizó como detrás de los edificios la luz intentaba aún alumbrar en pequeños hilos. Ese momento místico que se repite día a día, no para pensar, no para meditar; un instante que existe sólo para ser disfrutado, para poder ser saboreado y tomar aquello bueno de las lecciones para poder sembrar así las semillas que en un futuro cosecharía.

Suena el celular con un tono tosco rompiendo el encanto en que se había sumergido por duendes del ocaso. —Estoy cerca —fue su única respuesta, colgó y dio la espalda al Templo de la magia al que había asistido tan sólo unos segundos antes.

Continuó su andar observando los escaparates que su lado izquierdo, los autos en su lado derecho; de pronto tuvo una sensación extraña —estoy atrapado dentro de esta jaula —se detuvo viendo la caja invisible en que de repente se veía sumergido, una lágrima salió marcando aquello que no quería aceptar.

—Ahí estás, es tarde —ella le recriminó fuera del teatro.
—Lo siento —respondió él por automático.
—¿Dónde has estado?
—Me he perdido —dijo en seco dando por terminado el futuro interrogatorio.

Ella se sintió ofendida por la respuesta tan absurda pero no dijo nada, lo conocía, sabía que era su particular modo de decir “no te metas”. Entraron en el lugar, él tiró su maleta en ningún lado y comenzó a hacer estiramientos.

“Elasticidad, ¿qué es elasticidad? Según el diccionario, elasticidad significa <<capacidad de ajustarse a distintas circunstancias>>”

¿Él había nacido para ser elástico? Pasó una pierna sobre el barandal y acercó su pecho hasta estar en paralelo formando una escuadra casi perfecta, —¿hemos nacido para ser elásticos? —le preguntó su corazón cuando este se encontró más cerca de su oído por la presión, cambió de pie.  Sus pensamientos terminaron en ese momento, debía estar concentrado. Fue a vestidores y luego a maquillaje; conversó con algunos compañeros de cosas sin importancia, unas risas por acá, otras por allá y cumplía con su papel social requerido.

El show inició, prosiguió y terminó en casi un parpadeo. Estaba cansado y aún así deseó tomar la cuerda y tambalearse un poco más. Sus compañeros lo vieron alejado, ausente. Sin mediar palabra salieron con el mayor silencio posible –entre artistas es entendible saber cuando desaparecer, no son necesarias las palabras.

Su semblante era de tristeza, las pocas luces que había aún encendidas hacían brillar las gotas de sal que caían de la cara para acabar sobre la madera. —No puedo más ­—comenzó a  decir entre sollozos— ¡no quiero continuar! —subía el tono de su voz— ¡DEJENME SALIR! —terminó al fin por gritar.

Abatido por la desesperación y la desesperanza regresaba a su cuarto, no encendió la luz, entró en la habitación directo a la ducha, necesitaba sentir como el agua caía ligera sobre su cuerpo desnudo y se llevaba todo lo que sentía que le sobraba. —Ojalá me ayudara a olvidar —pensó entrando en la regadera— tal vez, si lo deseo con fuerza, pueda desaparecer y diluirme entre la cascada.

Había momentos en que dejaba que fuera su razón el que tomara la batuta, en otros sólo era el vacío de no querer pensar nada. Salió del baño ya secó y con su pijama (playera y pantalón blanco de lana). Prendió el ordenador, intentó mantener la normalidad en sus letras pero más tardó en dar click en “entrar” cuando decidió apagarla.

Seguía compañero de la oscuridad de la noche.

“La elasticidad es la capacidad de ajustarse a distintas circunstancias.” Recordaba.

—He trabajado duro durante todo este tiempo intentando mantener mi cuerpo en forma, moldeable para los movimientos que se necesitan. Mi mente ha sufrido un desequilibrio al igual que mi alma, ya no encuentro las fronteras entre lo que llaman “cuerpo, mente y espíritu”. Me he vuelto uno mismo (mezclado) perdiendo así la noción de quien soy.

Se levantó y abrió el cajón del buró, encendió la lámpara y sacó un frasco de pastillas médicas.

—No puedo ser como la vida me lo pide, no puedo mantenerme en pie mientras ella insiste en golpear cada segundo de mi respiración. No soy permeable, no deseo continuar.

Pensaba al tiempo que regresaba de la cocina con la jarra de agua y un vaso, poco a poco vació el contenido del frasco color anaranjado.

—No soy roca, no puedo mantenerme firme ante la tempestad. –Una pastilla.

—No soy luz, no puedo guiar el camino que no conozco. —Una pastilla.

—No soy mar, no puedo mantener la profundidad sin perderme. —Una pastilla.

—No soy cielo, no pudo ser manto para pintar nuevos sueños. —Una pastilla.

—Ya no más… ¡no soy! —La última pastilla.


La noche selló el canto del grillo en el mudo silencio del despertar. El viento sopló efímero entre los versos de un poeta muerto. Delicado, el sol, comenzó su anunció al amanecer tocando levemente la silueta del cuerpo eternamente dormido. Los ojos fueron abriendo paso lentamente, la luz iluminó de lleno en la ventana. Se levantó y observó cómo, sobre la cama, se desintegraban las únicas cenizas que de su pena quedaban.

—La única forma de nacer, es morir. —El sol esculpía en su nuevo día. Él agradecido por la libertad a la que ahora pertenecía, desplegaba las alas y al vuelo por completo se entregaba.



El cielo está silencioso.


El cielo está silencioso, nada tiene que ver la monotonía del ruido. El pavimento se visualiza sucio, nada tiene que ver el polvo llegado del viento. El frío marca los rostros pálidos que sin vida caminan al destino de un trabajo, la forma más común de la esclavitud legal. El sol alumbra tras las nubes, chorros de luz escapan por las orillas, intentan crear siluetas sobre el valle de la muerte.

—¿El valle de la muerte? Pensé que sería una historia con risa y alegría.
—Ten paciencia.

Desde el comienzo de su historia, la audacia que tenía por ver el futuro siempre le negó los momentos dolorosos: “no hay necesidad de sufrir más de lo requerido”, decía. Llegó un día en que encontró en su camino a una niña diminuta, delgada, ojerosa y malnutrida (tal como son aquellos infantes que la calle acuña). La observó por un instante y no pudo evitar notar aquellos ojos tristes y vagabundos de la vida, la tomó entre sus brazos y sin preguntarle a la madre tierra la llevó lejos de aquel lugar para darle una vida llena de materiales inutilizables al corazón.

Los años transcurrieron, llegó un momento en que se acercó a la tierra 3 metros por debajo del límite. Aquella criatura ahora era toda una dama envuelta en la juventud de los días; escasos veintiún años y se hallaba huérfana por segunda vez.

                —No comprendo.
                —Ten paciencia.

Ella, ahora que tenía aquel poder que su padre adoptivo le otorgó, se dispuso a salir al mundo. El torrente sólo era aquietado teniendo la información necesaria; no basta con saber, se necesita inteligencia para ser capaz de sacar las palabras apropiadas, astucia para poder abonar correctamente el tono en cada letra. Presentarse no era carta sencilla, sin embargo el valor aún vivía dentro de sus venas.

Encontró paredes a las cuales les hacía falta algún bloque, esperó el tiempo necesario a que la mezcla estuviera lista para poder rellenarlo con un líquido especial; así comenzaron a encajar las piezas y el muro, agradecido, caía a sus pies permitiendo el paso de su caminar.

Topó con agujeros sobre la tierra, intentó cruzar armando puentes que al momento de llegar casi al final el desequilibrio ganaba. Llevó su andar por los alrededores rodeando cada prueba pero siempre encontraba uno de mayor o igual tamaño que el anterior.

No supo que más podría hacer y sobre el pasto seco comenzó su llanto. Se sabía sola y pensaba necesitar alguien, una persona; quien pudiera darle la mano, nunca lo hubo.

                —Pero, siempre hay alguien.
                —Ten paciencia.

De nuevo la luna y el sol recorrieron el firmamento marcando días y noches. Aquellas lágrimas regadas comenzaron a dar fruto, uno que no había esperado. Un pequeño tallo salió decidido a levantarse sobre el suelo en zancadas.

Cuando dejó atrás el hoyo encontró que no tardaba mucho en volver a estar frente a él, había crecido al igual que la pequeña planta verde que había en la orilla. Varias veces se repetía la escena; algunas veces crecía más aquel palo verde convirtiéndose en tronco y otras lo hacía la plasta negra sobre el suelo anchando el vacío.

Ella no supo entender lo que ocurría, cansada y sucia seguía caminando por esa única vereda que sabía tomar. El viento sopló para calmar su desesperación, sopló para detener sus pasos, sopló para adelantar los sueños.

                —Esto no es una historia.
                —Ten paciencia.

La sombra un día llegó a su corazón, en su lugar divisó un espejo y al querer tocarlo tomó parte del mismo.

Una ciudad se levantaba, un mundo descomunal la abrazó dándole la bienvenida. Los edificios, las casas, los parques, las calles… todo, absolutamente todo lo que existía habitable era dominado por animales raídos, similares al puercoespín. Llevaban anteojos de distintos colores (algunos llevaban mezclas formando una masa divertida) y diferentes tamaños. La gran mayoría, los llevaban en tonos obscuros y enormes, casi juraban pasar por gorros al cubrir la cabeza casi en su totalidad, casi.

El miedo llegó -heló su sangre- y al saberse perdida emprendió el viaje más difícil: el encontrarse. Recorrió las calles, se fijaba con detenimiento como los extraños seres convivían ente ellos siempre en la lejanía, aquellas raras púas no permitían acercase. Los adornos eran extraños (además, claro, de los lentes); las pulseras se alargaban hasta llegar a la punta de los dedos y poner en vez de las uñas agujas delgadas y filosas; los collares anillaban el cuello haciéndolo más alto o más ancho según la forma en que se viese.  No se podía definir si llevaban algún tipo de ropa. Unos grilletes los mantenían siempre pegados al cemento –no se arriesgue, la gravedad puede llegar a fallar, no querrá volar- decía uno de los anuncios en la tienda de esos cascos pesados.

Otra tienda, cercana, llama su atención por el extraño aroma -¿ha fallado? No hay problema, aquí eliminamos todo tipo de olores- anunciaban en voz alta por un megáfono en el techo; tuvo curiosidad y entró en el lugar. Las “cosas” estaban arrinconadas, murmurando al vacío. Escondidas a lo lejos se llenaban de fragancias exóticas, cubriendo sus propias… -¿culpas?- Un hombre (si se le pude llamar así) la vio desde lejos; señalándola, comenzó a tirar pelusa sobre ella. No supo como responder ante la agresión y salió corriendo del lugar.

Su espíritu estaba desecho, no sabía cuanto tiempo llevaba encerrada en aquel extraño lugar; sólo sabía que, a pesar de su búsqueda, no había encontrado nada.
Nada.
Al darse cuenta de este descubrimiento, pudo asomar una leve sonrisa.

                —¿Cuál descubrimiento?
                —Tener a la nada.
                —¡Pero la nada es nada!
                —Ten paciencia.

Corrió por veredas, entre valles y pastizales se le veía pasar sin detenerse; no quería voltear, no quería mirar hacia atrás; quería que esa materia gris terminara. Fue entonces que los reflejos la llevaron donde inevitablemente tenía que llegar: al mundo de los recuerdos.

Las montañas dejaron de mostrar tierra salpicada por la gravedad y se convirtieron en películas; algunas, osaban mostrar el terror de los miedos de la infancia; otras, le revivían los vuelos que tuvo mientras los alucinógenos pasan entre la sangre. Fue pasando una a una, se la veía entre lágrimas y gritos; el rencor se escondía entre los arbustos cercanos; el odio llovía sobre el campo de su vida.

Entonces, en el cerro más alejado del campo, mostró ese lugar, ese día -en que la estrella se había acercado a ella y con su brillo la alejó de aquel lugar- un ángel en forma de hombre le hablaba: “cuando sientas que nada tiene sentido, busca la llave dentro de ti para transformar tu propio mundo”. Las palabras fueron resonando como las ondas sobre el agua, primero como susurros hasta llegar a gritos altos en el cielo.

El trueno respondió al llamado y sin sentirlo cayó al desmayo.

                —¿Qué pasó después?
                —Tú dímelo.
                —No lo sé.
                —Ten paciencia.
                —Es lo que has dicho todo este rato.
                —Las respuestas no llegan cuando las pedimos, sino cuando las necesitamos. Ve a jugar.



Ese niño de 10 años sentado sobre las piernas de su abuelo salió al patio de juego olvidando lo recién contado. Como sucede en cada historia y cada una de nuestras vidas, pasó el tiempo; creció, entró de un grado a otro hasta llegar a la Universidad donde se graduó con honores; comenzó a trabajar en uno de los mejores despachos de abogados de la Ciudad. El “tata” -como acostumbraba llamarlo- había fallecido hacía unos 5 años atrás.

Una mañana, sentado sobre las escaleras lloraba sus penas. Jaime se vio ahogado por las experiencias; había perdido un caso importante: su cliente –un condenado injustificado– había sido sentenciado a pasar el resto de sus años bajo un techo frío de cemento (algo cotidiano para la época en la que vivía). Sin consuelo llegó a la tumba de su abuelo, las flores fueron sustituidas por unas frescas y la noche lo encontró arrullado en la tumba.

El viento comenzó a soplar con voz; con esa que le recordaba la tarde sobre las piernas de su mejor amigo y le contaba una historia nunca terminada… la de aquella niña.

Cuando sientas que nada tiene sentido, busca la llave dentro de ti para transforma tu propio mundo.”

Jaime despertó al escuchar estas palabras, él también comprendió; aquella niña era su reflejo entrado a ese mundo a través de su propio espejo –la sociedad–. Pero, al igual que en relato, una semilla se había quedado sembrado en la orilla de un agujero, creciendo, fortaleciendo y esperando paciente el momento para alargar sus ramas y fungir como puente.

Encontró la respuesta que necesitaba, tal como le había dicho su “tata” y así con mejor ánimo salió de regreso a su casa.

Después de ese día, se cuenta que marcó la diferencia en cada oportunidad que le regaló la vida al amanecer; fue libre hasta que la necesidad del vuelo fue tan fuerte que tuvo que dejar detrás el cuerpo; su alma, mientras volaba por el cielo, escribía con sus alas estás palabras:

Un puente no nace, se crea.

Arriésgate a ser lodo y descubrirás la tierra,
se soñador y tendrás la potencia del viento,
vive ahogado en aguas y fluirás con la vida
ten valor de quemar tu alma y podrás moldearla como el acero.

Descubre los 4 elementos de tu naturaleza
y entonces,
sobre el puente de tu eternidad caminarás.

-Ten paciencia-”