29 de Noviembre, año en curso.
Querido diario —que tonto suena decir querido
diario; cómo si fuera una persona; cómo si me fueras a responder “hola”; no
tengo otra frase así que…
Querido diario:
Escribo
estas líneas porque mi terapeuta me ha dicho que podría ser sano. No es que no
le crea, pero la verdad… no le creo. Yo no sé hacer estas tonterías de un
diario o de escribir las cosas; creo que son para personas que no tienen
suficientes amigos y tienen que conformarse con hablar con un papel; o su
autoestima carece de buenos comentarios y los buscan en líneas escritas por
ellos mismos. Sea cual sea la razón, yo soy una de esas personas. Perdona que
aún sin conocernos te esté juzgando —¡por Dios! Eres un estúpido libro, ¡¡no
tendría por qué disculparme!!—, pero es que no se como se hace esto de escribir
un diario. Raúl, mi terapeuta, solo me ha dicho que escriba lo que piense, lo
que sienta…, todo lo que se me venga a la cabeza, por muy absurdo que esto sea.
He perdido la cuenta de cuantos intentos llevo y en cuanto tiempo lo he hecho.
Tal
vez te preguntes —vamos, seamos honestos, <<¿te preguntes?>>— ¿por
qué Raúl me ha dicho que te tenga como mi nuevo amigo?, creo que estoy
deprimida. No lo sé, ¿quieres que te cuente mi historia? —¿en verdad voy a
insistir en tratarte como a una persona?— Bien, te la contaré.
…
…
…
No
tengo ni una remota idea de por dónde comenzar. Tal vez si me presento esto de
platicar con hojitas encuadernadas se me facilite. Mi nombre es Amanda y tengo
cuarenta años, soy contadora en un despacho, que si bien no es importante, sí
tiene mucho trabajo. Mi idea en un principio era ser independiente, no tener mi
propio despacho, creo que una oficina no hace más que esclavizarnos, claro que
necesitaría un lugar donde arrumbar y alborotar papeles pero sin duda no sería mi
lugar de trabajo. En fin, me desvié.
Siempre
me ha gustado ser trabajosa, cuando era necesario me quedaba hasta altas horas
de la noche esperando terminar el trabajo pronto; mi casa se encuentra cerca así
que no había mayor problema, solo era cuestión de ir allá, darme una ducha y
regresar a laborar. Normalmente no desayunaba, nunca tenía tiempo. ¿ Sabes?, en ocasiones me molestaba cuando los
demás se iban a almorzar o comer ¡habiendo tanto trabajo! Creo que tampoco
comía y de las cenas ni que decir, si no estaba en casa agotada estaba tras un
escritorio tratando de cuadrar los números formados en dos columnas paralelas.
Creo que fue ahí donde inicio mi problema.
Pasé
tanto tiempo así, sin comer nada (o casi nada), que mi organismo terminó por
acostumbrarse. Siempre fui llenita, la verdad es que no bajé de peso, dicen que
eso es normal. Los que trabajaban conmigo nunca habían notado ningún tipo de
diferencia, mi ropa siempre la compré con la misma talla. La anorexia se había
instalado en mi cuerpo sin que yo supiera. Había olvidado comer por completo.
¿Me sentía débil? No siempre, pero cuando eso sucedía lo relacionaba con mi
problema en la nariz, una operación de casi recién nacida; era eso o la falta
de condición por no hacer ejercicio.
En
realidad nunca me había puesto a pensar en aquello del peso ideal o el
correcto. Veía los típicos anuncios de las calaveras en los desfiles de modas
pero jamás llegué a querer ser así; de hecho, aunque no me lo creas, yo tenía lonjitas
y estaba muy feliz con ello. Yo veía como compañeros se mataban en dietas “no
puedo comer esto, no puedo comer aquello, ¿cuánto dices que tiene en grasos?,
son muchas calorías, mi doctora se enojará porque he pecado,…” Yo no necesitaba
de ninguna dieta, porque ni si quiera ingería alimentos; no sé, se me olvidó
por completo que eso formaba parte de una rutina necesaria para el cuerpo.
Así
fue como mi vida fue transcurriendo, de un día a una semana, luego a un mes
hasta que fueron tantos que se tuvieron que contar en años, no sé específicamente
cuantos, pero ¿acaso en realidad importa?, de cualquier forma el resultado creo
que sería el mimo.
En
algún momento en que mi trabajo se había reducido considerablemente salí con un
amigo —oye, ¿si me estás prestando atención?—; bueno en realidad era el hijo de
unos amigos de mis papás; en resumidas cuentas un amigo. Salimos por algún
tiempo, y pues pasó lo que tenía que pasar. Hace seis meses que me daban la
noticia de estar embarazada.
Yo…
Yo, no supe tomar la noticia. Te confieso que me sentí destrozada, tenía una
carrera brillante —sí, ya sé lo que dirás, no era tan brillante, mejor calla y
sigue… ¿escuchando, leyendo? ¡Maldito diario de pacotilla!—, con muchas
expectativas hacia el éxito. No era el momento para darme el lujo de tener un
hijo, y eso sin incluir que biológicamente ya no era conveniente tener uno.
Sabía que mi abuela había tenido a su última hija a los cuarenta y cinco años,
pero ¿también las metidas de pata se heredan? No hubo más que aceptarlo.
Siempre pensé que al llegar el momento, y mira que luchaba porque no llegara, lo daría en adopción pero Javier, “mi amigo”, no estaba de acuerdo con esa idea; él estaba contento de que a sus treinta y siete años fuera papá por segunda ocasión. Es cierto, no te he contado nada de él: es divorciado, trabaja en uno de los más cotizados grupos de construcción, es Ingeniero Civil; su ex-mujer le dio una hija —¿le dio? Bueno, tú comprendes… Porque sí comprendes ¿no?, li-bri-to—. El punto es que él quería ese hijo y yo no. Tuvimos que sentarnos a platicarlo, al fin y al cabo era cuestión de dos; llegamos a la conclusión de que lo tendría pero al nacer él se quedaría con él/ella. Un hijo no estaba en mis planes y no había negociación al respecto.
Siempre pensé que al llegar el momento, y mira que luchaba porque no llegara, lo daría en adopción pero Javier, “mi amigo”, no estaba de acuerdo con esa idea; él estaba contento de que a sus treinta y siete años fuera papá por segunda ocasión. Es cierto, no te he contado nada de él: es divorciado, trabaja en uno de los más cotizados grupos de construcción, es Ingeniero Civil; su ex-mujer le dio una hija —¿le dio? Bueno, tú comprendes… Porque sí comprendes ¿no?, li-bri-to—. El punto es que él quería ese hijo y yo no. Tuvimos que sentarnos a platicarlo, al fin y al cabo era cuestión de dos; llegamos a la conclusión de que lo tendría pero al nacer él se quedaría con él/ella. Un hijo no estaba en mis planes y no había negociación al respecto.
Los
primeros tres meses no fueron tan duros como yo imaginaba; aún sentía de que en
cualquier momento mi vida se derrumbaría, aunque ya me hacía más a la idea de
lo que estaba pasando. Creció un poco la panza, solo un poco, hasta llegado el
cuarto mes. Las cosas… las cosas…
Estoy segura de que si esto se lo estuviera
diciendo a Raúl me diría: tranquila,
respira profundo y pon tus ideas en orden. No tienes que decir nada si tú no
quieres, tú sola eres quien conoce sus propios límites y solamente tú puedes
decidir enfrentarlos. Continúa cuando puedas.
* * * * *
08 de Diciembre, año en curso.
Listo, he vuelto. Perdonarás pero el que esas
imágenes regresaran a mi cabeza me afectó, más de lo que suponía. Me tomé unos
días de descanso antes de continuar, no supe si tenía que volver aponer “Querido diario” así que solo me limité a
poner la fecha correspondiente. No es necesario que le de una repasada a las
líneas anteriores, sé exactamente donde me quedé.
Las
cosas se pusieron mal de un momento a otro. Fue mientras estaba revisando unos
documentos, al parecer unas facturas se habían perdido y mi humor sin duda no
era de los mejores, cuando de pronto sentí un dolor en el vientre; no le di
mayor importancia y continué haciendo mis labores. El dolor se intensificó así que
le hablé al ginecólogo para que me recetara algún calmante. Cuando iba a la
farmacia el cuerpo comenzó a darme vueltas, todo lo veía borroso, sentí
calambres por todos lados y un frío terrible. Perdí la noción de las paredes,
el techo o el suelo. Un zumbido en mi oído hacía que me estallara la cabeza,
todo se volvió oscuro. Cuando desperté estaba medio ida en un hospital. La
enfermera que estaba a mí lado tomando las respectivas lecturas me vio sin
decir nada, se limitó a dejar la libreta a un lado y sacó una lamparita —mire
por favor hacia la luz —me dijo, observó por escasos milisegundo y después sacó
un abate lenguas— abra la boca lo más que pueda y saque la lengua —movió un
poco la cabeza para poder examinar lo más profundo que pudiera, sacó esa cosa
de madera y la botó a la basura. Yo creo que me quedé dormida nuevamente pues
no recuerdo nada después de eso.
Cuando
volví a abrir los ojos fue el Doctor quien me diera la bienvenida; me preguntó
mi nombre, mi dirección y los nombres de familiares cercanos; me dijo cosas que
no entendí. Quiero imaginar que intentaba decir que yo había sufrido una fuerte
descompensación por desnutrición —no pudimos salvarlo, lo lamento—. Sus ojos
expresaban la mentira a flor de piel, él no lo sentía ni tantito. Nunca me
había ilusionado por quien dentro de mí crecía, pero ahora que ya no estaba más
me sentía vacía. Siguió diciendo muchas otras cosas que no me parecieron
importantes.
¿Sabes?
En realidad sí quería a esa hermosa criatura —¿qué cómo sé que es (era)
hermosa? Pues son de esas cosas que sencillamente sabes—. Extrañaba esa parte
de mí. Mis padres estaba preocupados por mí, al igual que Javier, después de
todo sí me quería enserio. Yo no sabía como reaccionar; lloraba cuando nadie me
veía; no quería que vieran vulnerable. Pasaron tres semanas para una media
recuperación. Y digo media porque con la desnutrición en la que me encontraba,
mi cuerpo estaba cobrando factura con creces: la falta de alimento por tantos
años no solo había cobrado una vida sino también mi salud. Tenía que
alimentarme por medio de zonas; después me metieron en un Centro para poder
tratar mi problema de anorexia; desde entonces aquí estoy.
Javier
y mis padres vienen a visitarme cada que se les es permitido, por lo menos cada
dos o tres fines de semana. Pero, yo no tengo la voluntad para seguir. Un día
desperté de un mal sueño conciente de que la vida me había dado el mejor de los
regalos y yo, sin darme cuenta, desde antes de recibirlo, lo estaba echando a perder.
¿Qué
más puedo contarte?, querido diario. Lucho día tras día por conseguir una razón
para seguir existiendo, para no culparme y sentirme la mujer más miserable de
esta vida. En mi trabajo aún esperan que regrese, pero qué caso tiene si lo más
importante se ha esfumado: la dichosa
semilla del amor.
* * * * *
14 de Mayo, año en curso.
Querido diario:
Te he encontrado después de tanto tiempo, han pasado casi dos años desde que escribiera esas líneas. Nunca te volvía escribir, no volví a sentir la necesidad. Hoy que te tengo en mis manos me dan ganas de contarte lo que sucedió después, para que no te quedes con la duda —después de todo, eres mi mejor amigo por el simple hecho de haber estado en el momento en que más te requería—. Cuando terminé de escribir esas últimas líneas, caí sobre mi almohada y comencé a llorar, grité, gemí, azoté todo lo que encontré en mi habitación, hasta que llegaron los enfermeros y me contuvieron. Me llevaron al cuarto de “Desahogo” y mi furia fue mucho mayor; hice todo lo que se me ocurrió hacer hasta que el agotamiento me venció y sin darme cuenta me quedé dormida. Cuando desperté estaba en cama nuevamente, mi habitación estaba desordenada (tal como la habíamos dejado antes de que me pasaran al otro cuarto). Conmigo estaba Raúl, sonriente.
Esperó
a que yo me recobrara y platicamos lo que había sucedido. Ahora no recuerdo
todo, solo que le conté un sueño que había tenido y que me hizo comprender las
cosas.
“El amor llega de las maneras más inesperadas en los momentos menos oportunos, para revitalizar su emblema en el misterio ante la vida”.
Esto
sí que nunca lo he olvidado. Mi recuperación fue más rápida a partir de ese
momento. Tardé en que me dieran de alta menos de lo que se tenía contemplado.
Mi relación con Javier se formalizó y nos casamos. Ahora no podemos tener
hijos, yo aún tengo que mantener un estricto control alimenticio, sin embargo
eso no nos ha detenido a cumplir nuestro sueño de formar una familia así que decidimos
adoptar.
Llegó el momento de despedirme, estamos a punto
de ir por nuestros ¡¡¡HIJOS!!! —¡qué
emoción!— Gracias por haber estado, sin tus páginas… Bueno tú sabes, no por
nada para todos siempre fuiste, eres y serás, “El Querido Diario”.