Querido Diario.


29 de Noviembre, año en curso.

Querido diario —que tonto suena decir querido diario; cómo si fuera una persona; cómo si me fueras a responder “hola”; no tengo otra frase así que…


Querido diario:

    Escribo estas líneas porque mi terapeuta me ha dicho que podría ser sano. No es que no le crea, pero la verdad… no le creo. Yo no sé hacer estas tonterías de un diario o de escribir las cosas; creo que son para personas que no tienen suficientes amigos y tienen que conformarse con hablar con un papel; o su autoestima carece de buenos comentarios y los buscan en líneas escritas por ellos mismos. Sea cual sea la razón, yo soy una de esas personas. Perdona que aún sin conocernos te esté juzgando —¡por Dios! Eres un estúpido libro, ¡¡no tendría por qué disculparme!!—, pero es que no se como se hace esto de escribir un diario. Raúl, mi terapeuta, solo me ha dicho que escriba lo que piense, lo que sienta…, todo lo que se me venga a la cabeza, por muy absurdo que esto sea. He perdido la cuenta de cuantos intentos llevo y en cuanto tiempo lo he hecho.

    Tal vez te preguntes —vamos, seamos honestos, <<¿te preguntes?>>— ¿por qué Raúl me ha dicho que te tenga como mi nuevo amigo?, creo que estoy deprimida. No lo sé, ¿quieres que te cuente mi historia? —¿en verdad voy a insistir en tratarte como a una persona?— Bien, te la contaré.

    …
    …           
               
    No tengo ni una remota idea de por dónde comenzar. Tal vez si me presento esto de platicar con hojitas encuadernadas se me facilite. Mi nombre es Amanda y tengo cuarenta años, soy contadora en un despacho, que si bien no es importante, sí tiene mucho trabajo. Mi idea en un principio era ser independiente, no tener mi propio despacho, creo que una oficina no hace más que esclavizarnos, claro que necesitaría un lugar donde arrumbar y alborotar papeles pero sin duda no sería mi lugar de trabajo. En fin, me desvié.

    Siempre me ha gustado ser trabajosa, cuando era necesario me quedaba hasta altas horas de la noche esperando terminar el trabajo pronto; mi casa se encuentra cerca así que no había mayor problema, solo era cuestión de ir allá, darme una ducha y regresar a laborar. Normalmente no desayunaba, nunca tenía tiempo. ¿  Sabes?, en ocasiones me molestaba cuando los demás se iban a almorzar o comer ¡habiendo tanto trabajo! Creo que tampoco comía y de las cenas ni que decir, si no estaba en casa agotada estaba tras un escritorio tratando de cuadrar los números formados en dos columnas paralelas. Creo que fue ahí donde inicio mi problema.

    Pasé tanto tiempo así, sin comer nada (o casi nada), que mi organismo terminó por acostumbrarse. Siempre fui llenita, la verdad es que no bajé de peso, dicen que eso es normal. Los que trabajaban conmigo nunca habían notado ningún tipo de diferencia, mi ropa siempre la compré con la misma talla. La anorexia se había instalado en mi cuerpo sin que yo supiera. Había olvidado comer por completo. ¿Me sentía débil? No siempre, pero cuando eso sucedía lo relacionaba con mi problema en la nariz, una operación de casi recién nacida; era eso o la falta de condición por no hacer ejercicio.

     En realidad nunca me había puesto a pensar en aquello del peso ideal o el correcto. Veía los típicos anuncios de las calaveras en los desfiles de modas pero jamás llegué a querer ser así; de hecho, aunque no me lo creas, yo tenía lonjitas y estaba muy feliz con ello. Yo veía como compañeros se mataban en dietas “no puedo comer esto, no puedo comer aquello, ¿cuánto dices que tiene en grasos?, son muchas calorías, mi doctora se enojará porque he pecado,…” Yo no necesitaba de ninguna dieta, porque ni si quiera ingería alimentos; no sé, se me olvidó por completo que eso formaba parte de una rutina necesaria para el cuerpo.

    Así fue como mi vida fue transcurriendo, de un día a una semana, luego a un mes hasta que fueron tantos que se tuvieron que contar en años, no sé específicamente cuantos, pero ¿acaso en realidad importa?, de cualquier forma el resultado creo que sería el mimo.

    En algún momento en que mi trabajo se había reducido considerablemente salí con un amigo —oye, ¿si me estás prestando atención?—; bueno en realidad era el hijo de unos amigos de mis papás; en resumidas cuentas un amigo. Salimos por algún tiempo, y pues pasó lo que tenía que pasar. Hace seis meses que me daban la noticia de estar embarazada.

    Yo… Yo, no supe tomar la noticia. Te confieso que me sentí destrozada, tenía una carrera brillante —sí, ya sé lo que dirás, no era tan brillante, mejor calla y sigue… ¿escuchando, leyendo? ¡Maldito diario de pacotilla!—, con muchas expectativas hacia el éxito. No era el momento para darme el lujo de tener un hijo, y eso sin incluir que biológicamente ya no era conveniente tener uno. Sabía que mi abuela había tenido a su última hija a los cuarenta y cinco años, pero ¿también las metidas de pata se heredan? No hubo más que aceptarlo.

    Siempre pensé que al llegar el momento, y mira que luchaba porque no llegara, lo daría en adopción pero Javier, “mi amigo”, no estaba de acuerdo con esa idea; él estaba contento de que a sus treinta y siete años fuera papá por segunda ocasión. Es cierto, no te he contado nada de él: es divorciado, trabaja en uno de los más cotizados grupos de construcción, es Ingeniero Civil; su ex-mujer le dio una hija —¿le dio? Bueno, tú comprendes… Porque sí comprendes ¿no?, li-bri-to—. El punto es que él quería ese hijo y yo no. Tuvimos que sentarnos a platicarlo, al fin y al cabo era cuestión de dos; llegamos a la conclusión de que lo tendría pero al nacer él se quedaría con él/ella. Un hijo no estaba en mis planes y no había negociación al respecto.

    Los primeros tres meses no fueron tan duros como yo imaginaba; aún sentía de que en cualquier momento mi vida se derrumbaría, aunque ya me hacía más a la idea de lo que estaba pasando. Creció un poco la panza, solo un poco, hasta llegado el cuarto mes. Las cosas… las cosas…


Estoy segura de que si esto se lo estuviera diciendo a Raúl me diría: tranquila, respira profundo y pon tus ideas en orden. No tienes que decir nada si tú no quieres, tú sola eres quien conoce sus propios límites y solamente tú puedes decidir enfrentarlos. Continúa cuando puedas.


                *  *  *  *  *

08 de Diciembre, año en curso.

Listo, he vuelto. Perdonarás pero el que esas imágenes regresaran a mi cabeza me afectó, más de lo que suponía. Me tomé unos días de descanso antes de continuar, no supe si tenía que volver aponer  “Querido diario” así que solo me limité a poner la fecha correspondiente. No es necesario que le de una repasada a las líneas anteriores, sé exactamente donde me quedé.


    Las cosas se pusieron mal de un momento a otro. Fue mientras estaba revisando unos documentos, al parecer unas facturas se habían perdido y mi humor sin duda no era de los mejores, cuando de pronto sentí un dolor en el vientre; no le di mayor importancia y continué haciendo mis labores. El dolor se intensificó así que le hablé al ginecólogo para que me recetara algún calmante. Cuando iba a la farmacia el cuerpo comenzó a darme vueltas, todo lo veía borroso, sentí calambres por todos lados y un frío terrible. Perdí la noción de las paredes, el techo o el suelo. Un zumbido en mi oído hacía que me estallara la cabeza, todo se volvió oscuro. Cuando desperté estaba medio ida en un hospital. La enfermera que estaba a mí lado tomando las respectivas lecturas me vio sin decir nada, se limitó a dejar la libreta a un lado y sacó una lamparita —mire por favor hacia la luz —me dijo, observó por escasos milisegundo y después sacó un abate lenguas— abra la boca lo más que pueda y saque la lengua —movió un poco la cabeza para poder examinar lo más profundo que pudiera, sacó esa cosa de madera y la botó a la basura. Yo creo que me quedé dormida nuevamente pues no recuerdo nada después de eso.

    Cuando volví a abrir los ojos fue el Doctor quien me diera la bienvenida; me preguntó mi nombre, mi dirección y los nombres de familiares cercanos; me dijo cosas que no entendí. Quiero imaginar que intentaba decir que yo había sufrido una fuerte descompensación por desnutrición —no pudimos salvarlo, lo lamento—. Sus ojos expresaban la mentira a flor de piel, él no lo sentía ni tantito. Nunca me había ilusionado por quien dentro de mí crecía, pero ahora que ya no estaba más me sentía vacía. Siguió diciendo muchas otras cosas que no me parecieron importantes.

    ¿Sabes? En realidad sí quería a esa hermosa criatura —¿qué cómo sé que es (era) hermosa? Pues son de esas cosas que sencillamente sabes—. Extrañaba esa parte de mí. Mis padres estaba preocupados por mí, al igual que Javier, después de todo sí me quería enserio. Yo no sabía como reaccionar; lloraba cuando nadie me veía; no quería que vieran vulnerable. Pasaron tres semanas para una media recuperación. Y digo media porque con la desnutrición en la que me encontraba, mi cuerpo estaba cobrando factura con creces: la falta de alimento por tantos años no solo había cobrado una vida sino también mi salud. Tenía que alimentarme por medio de zonas; después me metieron en un Centro para poder tratar mi problema de anorexia; desde entonces aquí estoy.

    Javier y mis padres vienen a visitarme cada que se les es permitido, por lo menos cada dos o tres fines de semana. Pero, yo no tengo la voluntad para seguir. Un día desperté de un mal sueño conciente de que la vida me había dado el mejor de los regalos y yo, sin darme cuenta, desde antes de recibirlo,  lo estaba echando a perder.

    ¿Qué más puedo contarte?, querido diario. Lucho día tras día por conseguir una razón para seguir existiendo, para no culparme y sentirme la mujer más miserable de esta vida. En mi trabajo aún esperan que regrese, pero qué caso tiene si lo más importante se ha esfumado: la dichosa semilla del amor.


 *  *  *  *  *

14 de Mayo, año en curso.

Querido diario:

    Te he encontrado después de tanto tiempo, han pasado casi dos años desde que escribiera esas líneas. Nunca te volvía escribir, no volví a sentir la necesidad. Hoy que te tengo en mis manos me dan ganas de contarte lo que sucedió después, para que no te quedes con la duda —después de todo, eres mi mejor amigo por el simple hecho de haber estado en el momento en que más te requería—. Cuando terminé de escribir esas últimas líneas, caí sobre mi almohada y comencé a llorar, grité, gemí, azoté todo lo que encontré en mi habitación, hasta que llegaron los enfermeros y me contuvieron. Me llevaron al cuarto de “Desahogo” y mi furia fue mucho mayor; hice todo lo que se me ocurrió hacer hasta que el agotamiento me venció y sin darme cuenta me quedé dormida. Cuando desperté estaba en cama nuevamente, mi habitación estaba desordenada (tal como la habíamos dejado antes de que me pasaran al otro cuarto). Conmigo estaba Raúl, sonriente.

    Esperó a que yo me recobrara y platicamos lo que había sucedido. Ahora no recuerdo todo, solo que le conté un sueño que había tenido y que me hizo comprender las cosas.

   “El amor llega de las maneras más inesperadas en los momentos menos oportunos, para revitalizar su emblema en el misterio ante la vida”.

    Esto sí que nunca lo he olvidado. Mi recuperación fue más rápida a partir de ese momento. Tardé en que me dieran de alta menos de lo que se tenía contemplado. Mi relación con Javier se formalizó y nos casamos. Ahora no podemos tener hijos, yo aún tengo que mantener un estricto control alimenticio, sin embargo eso no nos ha detenido a cumplir nuestro sueño de formar una familia así que decidimos adoptar.


Llegó el momento de despedirme, estamos a punto de ir por nuestros  ¡¡¡HIJOS!!! —¡qué emoción!— Gracias por haber estado, sin tus páginas… Bueno tú sabes, no por nada para todos siempre fuiste, eres y serás, “El Querido Diario”.





La evolución del recuerdo.


EPILOGO

Cierras los ojos por favor. Respira hondo y profundo. Quiero que te concentres en tu cuerpo, que te veas a ti misma sobre el sillón con la ropa que traes puesta, la posición en que se encuentran tus pies, tus piernas, tus rodillas, la cadera…; ve subiendo poco a poco en cada parte del cuerpo. Imagina como el oxígeno al tocar tu nariz va helando el canal por donde pasa, cada vez te sientes más ligera. No hay ruido. Solo estás tú en ese espacio, mi voz se vuelve melodiosa y lejana. Cuando escuches “diez” estarás en otra fecha, en otra habitación. Solo eres capaz de escuchar mi voz
Uno.

Comienzas a percibir como la palabra hace eco en tus tendones. El presente deja de ser presente.

Dos.

Pierdes el concepto del tiempo. Solo existen instantes entre recuerdos ya vividos y por vivir.

Tres.

Cuatro.

Tu cuerpo flota en un espacio negro, buscas un recuerdo. Un día, una hora en específico. No hay desesperación, solo conoces la tranquilidad. Estás segura dentro de ti misma.

Cinco.

Seis.

Respira.

Siete.

Has encontrado esa parte de ti que buscabas. Lo ves desde arriba como una película. Tu respiración es más lenta y profunda. Tu cuerpo toma otro momento.

Ocho.

Las imágenes son mucho más nítidas. Eres capaz de percibir el olor, el aire. Sabes exactamente lo que estás haciendo, eres tú la que está realizando la actividad.

Nueve.

Tienes 12 años. Estás en tu habitación y —no estoy en mi habitación— de acuerdo, ¿dónde estás? —en la calle, está oscuro y tengo miedo—. Respira. Relaja tu cuerpo, solo es un recuerdo.

DIEZ.

Vas por la calle caminando. Es 13 de Marzo de 1984, ya pasan de las 11 de la noche. ¿Qué ves?

—No veo nada —¿por qué no ves nada?— tengo cubierta la cabeza, me duele mucho la cabeza. —¿Qué logras percibir?— No lo sé, es difícil… —esfuérzate, dime ¿qué está pasando?



Vamos como en una carroza. Puedo escuchar como los casquillos de lo que creo que son caballos trotan despacio en el suelo. Relincha un caballo, ahora estoy segura de que son caballos. Sigo con la cabeza cubierta, la tela es parecida al que usamos para los costales de arroz o de maíz. Tengo mucho miedo. No sé qué está pasando, yo solo quiero estar en casa donde mi papá y mis hermanos me deben estar esperando.


<<Respira. ¿Qué más está pasando?>>


Bueno, nos hemos detenido. Por un momento siento que una persona abre alguna puerta, me toma entre sus brazos y me carga. Estoy atada de manos y pies, las cuerdas me lastiman las muñecas y los tobillos. Quiero gritar pero también tengo la boca pegada con algo extraño, no puedo mover los labios; intenté moverme pero algo me lo impide, la cabeza me sigue doliendo.

Creo que caminamos algunos metros, no estoy segura de la distancia que recorrimos. Me azotó en el piso, era un montón de paja; los caballos relinchaban. De pronto… ¡NOOOOO!


<<Tranquila. Respira. Sólo es un recuerdo. ¿Qué está pasando?>>


No, no puedo… no quiero…


<<Detén la imagen. Frente a ti hay una pantalla en blanco. Hay paz y tranquilidad en esa pantalla. Respira profundamente, inhala todo el oxígeno que puedas y ve exhalando lentamente hasta que sientas la necesidad de tomar aire nuevamente. Tu cuerpo está a salvo. La pantalla se divide en dos, en tu lado izquierdo está la escena detenida, a la derecha ves el presente, tu cuerpo en un despacho sin ningún tipo de peligro. Sabes donde estás y los motivos que te llevaron a eso, recuerdas que debes tomar una decisión, ¿quieres continuar?>>


Sí.


<<Entonces, vuelve a tomar aire llenando tus pulmones. Al exhalar sientes como regresas a ser esa niña, estás sobre un montón de paja y de pronto…>>


Es su voz. Me dice cosas que no entiendo. Estoy muy aturdida como para ponerle atención.


<<Concéntrate>>


Siento frío. Pero no es en todo el cuerpo, tengo frío en las piernas. Su voz dice cosas incoherentes, siento como me jala del cabello al intentar soltar la cosa que me cubre, solté un grito consumido por esa cosa en mi boca, tengo su rostro frente al mío. Sus ojos son extraños, nunca lo había visto verme de ese modo. Había algo que me daba miedo, son negros y perversos, veía como su miraba recorría mi cuerpo. Y la manera en como ríe, parece un loco maniático. Estoy muy asustada, intento moverme pero las ataduras hacen casi imposible que pueda hacer algo, grité y grité sin ningún éxito de ser escuchada. No pude evitarlo, ya estaba llorando.

Él me quitó la cinta de mi boca y me metió la lengua, me llenaba con su saliva, mordía mis labios y lamía mi cara –estás deliciosa- lo escucho decir varias veces y volvía a besarme por todo el rostro. Sus manos las sentí por el cuerpo, debajo de mi vestido, me está lastimando –todo un capullito- y se hacía más frenético.

Las lágrimas nublan mi vista, su respiración en mis oídos hacían que temblara, estoy temblando y eso hace que él se excite más, me lo repite pasando sus labios en mis orejas y oliendo mi cabello. No puedo hacer nada más, sentí como me desató de los pies y se puso sobre mí, sacó un cuchillo de no se dónde y cortó mi vestido. Para ese instante ya no sentía miedo, no sentía frío; fijo la mirada en el techo del establo e intento no sentir nada.

No sentir como la navaja recorre el tramo de mi vientre, como su pecho se aplasta contra el mío, ambos desnudos; ya no se como gritar, no se quien era, quien soy… Solo, solo quiero que termine esa agonía. Un dolor me hizo salir de mi ensoñación; lo golpeé con todas mis fuerzas pero él mucho más fuerte que yo, reía y se comenzó a moverse no se como, las piernas me duelen, toda la cadera me duele…; él tapó mi boca, no importó cuanto lo mordí, no dejó de…

Yo solo quería morir, pensaba que había hecho algo mal. No podía dejar se sentirlo, de sentir su cuerpo pegado al mío. Su voz hacía eco en mi mente, los animales quedaban callados. Destapó mi boca después de… de… Lo vi alejarse en el carruaje, yo cerré los ojos; solo pensaba en no volver a abrirlos nunca más.


<<Ahora, ¿dónde te encuentras?>>


Estoy en mi cuarto.


<<¿Qué estás haciendo?>>


Intento reconocer lo que hay a mi alrededor.


<<¿Por qué?>>


Acabo de tener una pesadilla, una que la sentí muy real. Pero me doy cuenta de que estoy bien, estoy en la cama toda empapada de sudor. Las cobijas están revueltas y casi tocando el suelo. Prendo la luz y veo mi rostro en el espejo, la pesadilla había sido muy real y podía verlo en el reflejo.

Mis papás entran muy asustados, al parecer me la pasé gritando. Tardamos un rato antes de que pudiera tranquilizarme y volviera a serenarme, esa noche mis papás se quedaron en mi cuarto, la doctora les había recomendado que lo hicieran cuando tuviera malos sueños, que no me dejaran sola.


<<¿Es la primera vez que sueñas eso?>>


No.


<<¿Cómo te sientes en este momento?>>


Dividida.


<<¿Puedes explicarme eso?>>


Es como si fuera yo; pero una parte de mí, tal vez una parte muy pequeña, hace mucho tiempo hubiera dejado de serlo.


<<¿Eres dos personas?>>


No, soy una. Estoy dividida.


<<Quiero que respires profundamente, en cada respiración vas a sentir como vas tomando tu cuerpo de la edad de diez y nueve años, en un consultorio. Quiero que vallas pensando del diez al uno y poco a poco muevas tu cuerpo, iniciando por los dedos de los pies (no olvides seguir respirando) cuando exhales sientes como son tus muslos, tus rodillas, tus caderas, tus manos… hasta llegar a tu cabeza. En la cuenta de dos abrirás tus ojos muy despacio. En uno estarás de vuelta conmigo.>>


*  *  *  *  *



He estudiado esta carrera durante ya 15 años (Salud mental); a lo largo del tiempo he visto como la mente es capaz de crear cosas increíbles, desde convertir la realidad en fantasía hasta ver la fantasía hecha realidad. Pero, ¿cómo podríamos concluir que es verdad y qué solo es algo que pasa dentro, en nuestra cabeza? Y el que pase dentro, ¿se convierte en ficción?

Muchos males se generan precisamente al no saber distinguir esta línea, y no son culpables; pues esta línea no existe. Lo real puede ser mentira y la mentira puede ser real, la diferencia está en como nosotros mismos lo nombremos.

Eso nos deja en un punto muy quebradizo, ¿cómo saber a lo que nos estamos enfrentando? Todo está en como reaccionamos, en la palabra. Nosotros somos quienes le pusimos el nombre a todo lo que nos rodea, desde una piedra hasta un sol. Nombramos a los planetas según el descubridor, al igual que los diferentes elementos de la química y la física. Nos olvidamos de lo esencial, de lo que hace ser una roca precisamente eso, una roca. Hay que aclarar que se habla de la esencia, no de la utilidad.

La roca puede ser silla cuando alguien se sienta a descansar, puede ser puente cuando alguien la pisa para cruzar un riachuelo, puede ser muro cuando la usamos como pared; puede ser muchas cosas, puede ser nombrada de muchas formas… Lo esencial es que ese objeto de la tierra con ciertas características simplemente es.

Así como la roca, las personas también tenemos nombres y tenemos nuestra esencia. Lo cual hemos olvidado por lo mundano del materialismo, por el exterior. Creemos que lo que vemos es la realidad, cuando también muy dentro de nosotros vivimos en otra dimensión, otra realidad.

Tomemos un tiempo para meditar sobre una verdad que nada puede cambiar: la mente es poderosa. Esta es capaz de crear para beneficiar a muchos o para beneficiar a tan solo unos pocos. La inteligencia no va más allá del conocimiento que ya traemos como simples seres parte de una naturaleza. En soledad, somos presa fácil de todo lo que nos conlleva a cometer los crímenes actuales, la pesadilla que sale en los noticieros diariamente; pero unidos por el bienestar, emitiremos vibraciones que hagan que nuestro mundo interior sean los sueños materializados.

A lo largo de esta tesis he intentado demostrado la teoría sobre La Realidad en la Mente Humana. Me permití incluir en este Epílogo como una pequeña extensión de algo que viví con una paciente en mis inicios como terapeuta, con una sola justificación:

No toda teoría tiene un objetivo, la sola acción lleva el poder del cambio. Tal como decía Aristóteles: “Lo que tenemos que aprender lo aprendemos haciéndolo.

Somos seres dormidos soñando terror y dolor, es tiempo de despertar y fijar nuestra atención en lo que nos rodea. Abrir los ojos y ver que el sueño termina en el momento en que un grito de nuestro interior activa los sentidos, ¿cuántos gritos más se requieren necesitamos?

La eternidad existe, y nosotros en ella. Se llama: “La evolución del recuerdo”.



 


Doc. Lizbeth Sánchez A.
Especialista en Psicología Interna.

Tesis: La Realidad en la Mente Humana
Universidad del Estado Mexicano
Mentalidades del Más Allá en Nuestro Entorno.




Los zombies de nuestro siglo.


Cruzaba la calle con una pesadez que sólo el pavimento era capaz de soportar. La grande avenida se abría a sus lados impotente lleno de automóviles, no importaba si iban o venían, no sentía ganas de correr ¿a dónde iría?

La sombra en el suelo era su mejor compañera, era la única que siempre estaba con ella; aún en la oscuridad de la noche podía sentirla pegada a ella, se extendía y la abrazaba para consolar la negrura de sus lamentos. Estaba triste, toda su vida se había caído por el caño recorriendo el camino de las aguas negras, la mierda y los desechos —yo misma soy un basurero —a veces se repetía con mucha tristeza en lágrimas.

Caminaba entre calles y avenidas, callejones y puentes. Las personas le daban la vuelta al observarla, en ocasiones los niños gritaban creyendo que una película de terror se hacía verídica frente a ellos. Ella no hacía caso y con su lento caminar continuaba marcando y chorreando gotas de un líquido entre blanco y rojizo.

Se había escapado del hospital —SIDA —le habían dicho los doctores tiempo atrás— “terminal” —era la última palabra que recordaba de tan sólo unos días.

¿Su familia? Ellos intentaron durante algunos años cargar con esta situación, hubo el apoyo que uno espera por parte de los padres y hermanos pero al parecer la fuente del hogar tiene un fondo de agua muy ajustado ya que ahora no sabía nada de ellos; ya había aceptado esa realidad pues creía que era mejor, su hermana tenía derecho a vivir su adolescencia sin que sus amigos le privaran de su compañía por miedo a contagiarse al respirar el mismo aire. Sus padres tenían el derecho de ser exitosos, hacer sus carreras y desarrollarse sin preocuparse por las frecuentes citas de hospital, tratamientos caros o algún acontecimiento que surgiera a causa de la enfermedad. Sus amigos la habían abandonado desde que el papel salía impreso con el VIH POSITIVO… su mundo se reducía de 12.756 Km de diámetro en el Ecuador hasta un metro de diámetro en su espacio vital permisible, después se extendió unos tres o cuatro metros alrededor según el peligro que las personas al pasar juzgaran. No está de más comentarles que su trabajo lo había perdido, trabajaba en una de las mejores oficinas dedicadas al estudio de la mercadotecnia en puntos de venta, tenía un futuro brillante; lamentablemente la inteligencia no gana a una “S” antes de una “I” junto a una “D” terminando en “A”; asuntos de higiene fue el pretexto y una gran suma de ceros en ese cheque gris frío.
               
El motivo por el cual fue que llegó a ese día en que su sentencia se había dictado sin sutileza (¿el papel sabe de sutileza cuando de noticias se trata?) carece de relevancia; podría mentirles y decirles que se contagió en algún lugar al intentar agujerar sus oídos y poder lucir unos hermosos aretes en sus orejas, o podría decir la verdad, decir que su ex esposo evitó darle la noticia durante su año de matrimonio. Dicen que todos los caminos conducen a Roma, y no se equivocan, sea cual sea el origen ella tendría el mismo destino.

Esta última temporada, ella, estuvo viviendo casi en el hospital, sólo faltaba ser internada. Intentó vivir al máximo de acuerdo a lo que su condición le permitía, en ese entonces no era tan notorio. Intentó unirse a varias organizaciones, no por falta de dinero, sino a falta de alguien a su lado. No duró más de tres semanas la única y última vez. El ver la realidad día a día desde que sale el sol hasta que se oculta es como un mal chiste de la vida; ver tu futuro y saber con anterioridad la agonía que vivirás no era la magia que esperaba cuando de niña se imaginaba frente a una gitana leyéndole los días venideros. Sus amigos-compañeros eran visitados con menos frecuencia, la tristeza rondaba en el lugar por mucho que los payasos intentaran traer a la alegría. Decidió regresar a su casa, un pequeño departamento en algún punto perdido de la Ciudad. Sólo salía lo necesario. Poco a poco se fue aislando hasta de ella misma, no sabía de días en el calendario, los espejos aparecieron una madrugada junto al montón de cristales en la calle listos para el camión recoge porquerías.

Pese a lo que dicen las estadísticas, ella seguía refugiada en su casa, platicando con su cuerpo, sintiendo como este iba cambiando y transformando cada célula en algo maligno, en algo inservible. Parecía como si su piel poco a poco fuera cambiando de color, de textura. La elasticidad desaparecía de su propio diccionario y ninguna crema contra la piel seca era capaz de evitar que esta se quebrara con un suave roce del viento.

Entró a una época de intolerancia, los médicos no podían con su agresividad. Nunca comprendieron que ella sólo quería respuestas, ¿qué está pagando? ¿Por qué la vida la castiga de esta manera? ¿Por qué ella? ¿Cuándo tendrán la cura? ¿Cómo es que ese cuerpo al que tanto quiso ahora, lentamente, la estaba matando? Los experimentos que hicieron con los diferentes tratamientos sólo empeoró su estado mental, sentirse un ratón de laboratorio inservible no era la mejor opción para respirar. En ese entonces, llegó a probar varias filosofías que la mantuvieran estable, calma y tranquila; pasó del budismo al yoga terminando en los antepasados místicos donde las plantas lo curaban todo entre plegarías, ritos, saltos, inciensos, mirra y sacrificios. Nada funcionó —la naturaleza no cura lo artificial, la creación del hombre sale de los límites del alma del mundo, —le habían dicho al momento de despedirla, incluyendo un “lo lamento” en el acento.

Después de una larga cadena de números y meses llegó al destino que le tocaba; estuvo internada por casi cuatro días conectada a tubos transparentes, un aparato copiando el latido de su corazón (¡increíble!, sí tiene corazón), otro más que dibujaba rayitas horizontales. Sus ojos se encontraban cerrados la mayor parte del tiempo, los medicamentos se habían encargado de que no sintiera nada… literal: no sentía dolor, ni tristeza, ni llanto, ni melancolía, ni miedo, ni alegría, ni vacío, ni ausencia, ni compañía, ni luz…, nada. Sólo era una fea carne sobre unas sábanas blancas que había que cambiar cada 6 horas para quitar las manchas que su cuerpo ocasionaba.

Una noche, con la torpeza en al que ahora se hallaba atrapada, se desconectó y salió caminando del hospital, era tan poca cosa que los doctores no la notaron en ningún momento. Desde entonces camina con paso forzado entre el cemento hasta que encontró una banca de frío metal, un niño corrió espantado dejando su libreta y sus plumones a su lado –a mí lado.

Decidí escribir sin saber qué lograría con ello; supongo que tal vez la ausencia de palabras verbales explota en este momento con estas líneas. Llevo casi toda la tarde escribiendo, los músculos dejan de responderme y sangran al leve movimiento de los dedos, tuve que repetir varias veces los párrafos arrancando las hojas (aún ahora, a pesar de lo que me he convertido, sigo siendo meticulosa). ¿En lo que me he convertido? Sí, creo que esa es una buena… La duda saltó después de escribir esta frase, fue al coche cercano que se encontraba estacionado no muy lejos de la banqueta (después de un par de pasos me arrepentí), observé a la criatura que se mostraba en el reflejo del cristal: un zombie. La idea me dio gracia. ¿Qué acaso los zombies no eran muertos vivientes? Y acaso, ¿no era yo precisamente eso: un muerto viviente? Bueno, ya no lo sería por mucho tiempo.

Creí que tal vez sucedería algún milagro, que sería de esas personas que pueden vivir toda una vida larga llena de velitas en el pastel a pesar de la enfermedad; pero nunca tuve suerte, ni aún para las promociones en galletas o papas. De cualquier modo, podría seguir desando muchas cosas, lo cierto es que hoy estoy aquí, en esta realidad, en la que se superó a la ficción…




Lo sé, estas palabras causan conmoción. Encontramos a la persona a las 4:01 horas de la mañana, las fotografías por sí mismas son una grosería de lo que puede llegar a ser verdad, el cuerpo estaba casi por completo en carne viva (no soy capaz de describírtelo).

Junto al cuerpo se hallaban un montón de hojas tiradas por todos lados, una libreta y una pluma. Debo reconocer que no suelo ser muy curiosa, tú sabes, por el trabajo, pero esto llamó mucho mi atención y entonces comencé a leerla. Sin palabras. Eso es todo lo que puedo decir.

Guardé la hoja en algún momento en que nadie me observaba y continuamos con el procedimiento normal: levantar el cuerpo, meterlo dentro de la bolsa, de ahí a la morgue municipal; en fin, tú sabes. Esta persona no traía consigo más que una bata de hospital, haciendo algunas averiguaciones di al fin con sus datos. Se había escapado del Hospital General, era una interna por enfermedad terminal de VIH (hasta el momento nadie sabe como fue que salió sin que ningún enfermero se constatara de ello, el acta por negligencia ya fue levantada), mujer de 35 años recién cumplidos. Aún estamos corroborando la dirección  y nombre para poder notificar a la familia.

Pero, te hago llegar esta carta, sin ningún motivo en particular. Llegando a la oficina central (antes de terminar mi turno) volví a leerla, de cierto modo sentí que debías tenerla, tal vez puedas darle alguna utilidad.

La conciencia en la que ahora vivimos se me ha abierto por completo, los seres humanos nos hemos convertido en criaturas que sólo buscan la magnificencia dentro del poder y el control; en vez de disfrutar nuestra propia naturaleza como parte de este mundo, nos creemos dueños de cada espacio y centímetro, las grandes guerras comienzan en un litro de petróleo o un milímetro de frontera. Tal vez sea extraño, ahora me pongo a pensar en varias cosas. En libros que he leído donde marcan al futuro como un venidero lleno de asombrosos descubrimientos científicos. Materia, no somos más que materia creando más materia.

John, las palabras hablan por sí solas.
Bety.



* * * * * * * * * * * *


      Querido lector,


                Después de haber repasado estas palabras aprovecho este espacio (mi columna) para poder mostrar que más allá de la ciencia ficción, estamos creando en este momento una vida llena de horrores y pesadumbre. ¿Por cuánto tiempo más seguiremos decayendo?

                Tal vez el título del día te cause burla o asco “Los zombies de nuestro siglo”; pero tras ver una foto de la protagonista y su propia conclusión al creerse un muerto viviente no se me ha ocurrido otro.

                Juzgando y etiquetando es que hacemos reales lo que muchos hombres sólo creyeron posible en la imaginación; no nos damos cuenta que entre más señalamos damos pie a que los horrores se materialicen. Bárbara (que es el nombre de la persona fallecida a causa del SIDA) pudo ser un ser humano con calidad de vida decente, el dinero no fue problema, ella contaba con eso; sólo buscaba un poco de compañía. El perro se siente perro porque lo tratas como perro, ¿cuándo será entonces que nos tratemos como personas?

                No tengo nada más que agregar. Estas letras quedarán plasmadas en el diario de la Ciudad intentando llamar la atención de ustedes (nosotros) invitándonos a ser más corazón y menos mente, que los sentimientos sean los que guíen nuestras acciones y no nuestras reacciones.

                Al pensar en mi carrera como periodista, jamás imaginé que una carta como esta llegara a mis manos. Un zombie de nuestro siglo es la pauta que puede quitar la venda de los ojos, lo que vemos no es de nuestro agrado, pero aceptarlo es el primer y más importante paso que podemos dar hacia el cambio y la evolución. Tener el valor de enfrentar las cosas con paso firme, es la responsabilidad que tenemos. Seamos responsables, hagamos nuestra parte hoy, para que mañana no sean las pesadillas las que habiten las calles, sino los sueños que nos permitan volar hasta Marte.


                                                                                                                                             John Lenux
                                                                                                                                             Periodista.