Era un día caluroso, de esos se cuelan de vez
en cuando en la temporada para demostrar que el sol aún existe. Ese día tocaba
puente así que no hubo trabajo, era viernes. Tenía el día libre para escribir
cuanto quisiese pero la inspiración al parecer también había tomado sus maletas
decidiendo ir de viaje a la playa. Todo cuanto escribía me parecía barroco,
absurdo o plano; no tenía caso seguir insistiendo en algo que parecía un imposible
en ese momento así que apagué el monitor, tomé mi bolso y decidí ir a dar una
vuelta, tomar un poco de oxígeno.
No había nube que amenazara con terminar ese
día esplendoroso y asoleado, la ciudad estaba en calma, la gran mayoría había
decidido tomar las vacaciones lejos de su molesta monotonía de un trabajo o un
hogar, los pocos que no tenían el recurso para hacerlo decidieron conocer más
íntimamente su cama sin salir de ella y algunos pocos no tuvieron más remedio
que seguir con su vida igual, con un extra en la nómina por el servicio plus
obligatorio.
Caminé tres cuadras hasta llegar al terreno
baldío que pasaba como fantasma de un parque, ya nadie jugaba en aquel desolado
lugar, el pasto seco, la tierra seca, todo muerto; mi lugar preferido para
meditar. Me senté en el columpio y mecí mis ideas intentando hacer un licuado
con ellas, algo que interesara no solo escribir, sino también leer.
Sobre la pared, recargada estaba un bulto
llorando, el sonido me sacó de mi viaje personal. Al acercarme vi que se
trataba de una mujer, era de piel oscura, probablemente venía de Cuba o algún
país por el estilo. Ella seguía llorando, no había notado la cercanía en la que
me encontraba, quería irme y dejarla con su sufrimiento pero ver aquella
lágrima roja hizo que mi corazón diera un brinco sobre ella.
—¿Te encuentras bien? —pregunté con verdadero
interés, ella se escondió haciéndose más pequeña y redonda todavía—. Tal vez
pueda ayudar en algo.
Ella pareció confiar en mi voz, al voltear su
rostro el asco me hizo retroceder unos pasos. Su cara estaba casi desfigurada,
estaba entre morada, rozada, costrosa, uno de los ojos hinchado mientras el
otro estaba pintado de sangre llegando a ser en el centro tan oscuro que hasta
lo negro de su piel huyo.
—¡Por Dios! ¿Quién te ha hecho esto? —parecía
increíble que hubiera sobrevivido a semejante golpiza, tenía que haber sido una
golpiza. ¿La habrían querido asaltar, violar, secuestrar? Mi mente era perfecto
hogar de la confusión.
—Por favor, ayúdame, por favor —tampoco podía
hablar, su voz era ronca y diminuta.
—Ven, te llevaré a un hospital.
—¡No!, por favor ayúdame.
Sacó un objeto pesado, yo no entendí lo que me
pedía; yo creo que mi rostro le preguntó lo que los labios no quisieron decir
en voz alta, ella me pidió que me acercara y así lo hice, a mi oído soplo su
voluntad. Claro que no accedí, cómo iba a hacer semejante cosa, ella suplicó,
quería que la acompañara. Quise alejarme, irme corriendo y olvidar que me había
topado con ella, pero sabía que eso no me era posible, la conciencia tarde que
temprano tomaría el tren para alcanzarme y hacerme pedazos.
—Voy contigo —le dije después de pensarlo por
lo menos un segundo más—, eso no quiere decir que haya accedido.
Al levantarse noté que su pie colgaba como
péndulo sujetado solamente por el tobillo hueco y roto. ¿Estás segura de que no
quieres ir a un hospital?, pregunté pero su negativa con la cabeza me hizo
entender que sería en vano intentar convencerla. Empezamos a caminar, los pasos
eran lentos, nunca la vi quejarse ni hacer gruñido por el dolor que de seguro
sentía.
—¿Cómo puedes soportar el dolor?
—Hay dolores que duelen más —contestó con
desgana escupiendo un charco de saliva con sangre.
—¿A qué te refieres? —estaba curiosa, no sabía
a quien tenía junto a mí y eso llama al morbo a que siguiera preguntando cosas
que yo sabía que no era de mi incumbencia.
—¿A qué te dedicas?
—Soy escritora —no quería hablar de ella, era
de esperarse.
—Valla, qué suerte la mía. ¿Por qué serlo?
—¿Por qué no? —me puse un poco a la defensiva, ¿acaso
iba a juzgar mi elección aún cuando ella se caía en pedazos por el rostro?
—Lo lamento, es solo que no cualquiera diría
eso en voz alta, al menos no en mi pueblo.
—¿De dónde eres?
—Kenya.
—Mmmm, la verdad no sé donde queda.
—Es un país en el África, al este para ser más
exactos.
—Estás muy lejos de casa, ¿qué te trae por aquí?
—Mi sueño.
Nos detuvimos, ella vomitaba una revoltura de
mil colores, sabores y olores, tuve que voltearme para no hacerle segunda voz
en ese canto directo de la boca del estómago. Terminó y se limpió con su mano,
al parecer ya le había pasado antes pues había pintura carmesí en su cuerpo,
parecía un grotesco disfraz para la noche de brujas. Continuamos nuestro camino
hasta llegar a una calle sin salida. Abrió una puerta y entramos a unas
oficinas abandonadas. Colgaba el techo en algunas habitaciones, los cables
eléctricos hacían chispas al rozar con el metal, los vidrios estaban quebrados
en su gran mayoría, escritorios rotos y cortados en un rompecabezas imposibles
de unir, papeles tirados por cualquier lado…; bueno creo que pueden tener la
idea del lugar. En ese momento me entró el pánico, pensé que había caído en una
trampa, tal vez trata de mujeres. Comencé a temblar desde que la sola idea
cruzara por mi cabeza, aún tenía tiempo para correr y ponerme a salvo.
—No te haré daño, apenas si puedo con mi cuerpo
—Definitivamente mis ojos delataban cada emoción que pasaba por mis venas. La
observé detenidamente, ella realmente estaba mal. Se recostó sobre unos
cartones viejos que figuraban una cama, me puse frente a ella esperando a que dijera
algo más. No me quedó de otra, tuve que preguntar.
—¿Cuál sueño?
—Nosotros somos famosos por ser buenos
corredores, ¿has escuchado algún chiste sobre nuestra raza? —dije que no, era
mentira—, bueno pues algunos son divertidos, como por ejemplo el de la carne, “para
entrenar les amarran en una rama por delante comida y entonces ellos van tras
ella, sin nunca alcanzarla”, o este otro, “ponen a leones para perseguirlos, o
corren o se los comen”.
—Bueno, mi país no ha sido muy lindo que
digamos.
—Solo son chistes, dan igual. Yo era de las
mejores en la escuela —sí, allá también tenemos estudios pese a lo que se
cree—, de las más rápidas. Mi sueño siempre fue llegar a las olimpiadas. Un día
llegaron unos señores, venían de la legendaria América, para hacernos
audiciones, querían seleccionarnos y hacernos parte de su equipo. Yo fui una de
las elegidas.
“Después de toda la documentación que tuvimos
que hacer, visas, pasaportes, contratos, llegamos a México, a todas nos
instalaron en una misma casa, dos por habitación.
“No puedo negar que la comida era estupenda.
Nos trataron siempre como reinas al menos antes de que los entrenamientos
comenzaran. Yo me tomé el asunto muy enserio así que no me importaron que nos
levantaran por la madrugada después de haber dormido no más de cuatro o cinco
horas, durante el día era gimnasio, pesas, atletismo y acondicionamiento. Así
fue durante dos meses, hasta que ellos determinaban que ya podías entrar en las
competencias.
“Carrera tras carrera quedábamos en los
primeros lugares llevándonos el premio económico, había semanas en que tenía nueve
carreras, pero valía la pena. Después de dos años exigí que me dieran mi parte,
o que por lo menos me dejaran dar el siguiente paso; nos prohibían hablar con
alguien sobre el asunto, de hacerlo nos regresarían a ese punto negro olvidado
y nuestro sueño de llegar a los aros se perdería por siempre.
“Fue un día en que Sasha no regresó de un paseo
con ellos cuando de mi cuenta de nuestra cruel realidad. ¿Sabes? Existen muchas
formas de explotación con personas, la trata no tiene que ver solamente con la
prostitución o la venta de mujeres, hombres o niños; es un negocio de
explotación con los sueños. Un intercambio entre el cielo y el infierno.
“Conforme íban despertando de esa fantasía, se
las llevaban en un viaje del que nunca regresarían, otras más llegaban a tomar
su lugar con falsas expectativas. Nunca tuve el valor para poder decir algo,
así que continué corriendo hasta que mi rendimiento bajó; aún somos personas a
pesar de la explotación y por tal la depresión también nos llega. Veintidós
años, en un mes cumpliría veintitrés.
Me quedé helada en el lugar donde había elegido
para dejar mi cuerpo descansar mientras mis oídos escuchaban atentos. ¿Cuántas
historias no habrán de este estilo, frente a nuestros ojos, y no somos capaces
ni siquiera de imaginarlo? A simple sonido podía ser una historia que no
causara conmoción, pero si uno escuchaba detenidamente cada nota se daría
cuenta de las forzadas agudas o los obligatorios graves que tenían que estar
tocándose una y otra vez sin descanso.
—¿Ellos te hicieron esto? —al fin tuve el valor
de preguntar.
—Fue durante una carrera, tropecé con la basura
de otro corredor al iniciar los tres minutos. Me sacaron en camilla después de
unos cuantos pisotones y empujones. Él estaba muy enojado, lo podía ver en su
mirada, esperó hasta que estuvimos de vuelta en la casa cuando me llevó al
sótano. El cuerpo de Crista estaba sobre el colchón con los ojos abiertos y
ausente, desnuda, llena de piquetes y el vientre ensangrentado. El horror hacía
de mi vida una película para quien tuviera el cinismo de tomarlo como
diversión. Sus puños y sus patadas terminaron de romper el tobillo y lo que
quedaba de mi persona, sacó un arma con la firme intensión de dispararla.
“Alguien le gritó en el piso de arriba, “tendrás
que esperar” me dijo macabro y partió dejándome sola con el cadáver de mi
última compañera de cuarto. Pasó el resto del día y por la noche salí corriendo
de ese lugar maldito, corrí como nunca lo había hecho, ni aún en sus chistes,
corrí por mi vida.
—Debemos denunciarlos y…
—No.
—¿Cómo puedes decir que no? ¡Algo tenemos que
hacer!
Ella observó la furia que llenaba mi cuerpo, yo
veía el dolor en que se había convertido, era un pecado viviente por vender sus
sueños al mejor postor. “Por favor, te lo suplico”, volvió a implorarme, yo me
negué y me negué y me negué hasta que no hubo pretextos inventados o por
inventar que yo pudiera usar. “Nadie lo sabrá, solo…”; sé que dijo algo más
pero las palabras se las comenzó a llevar el viento; lloré con ella, vi la
laguna de su alma quemada por el infierno de su vida, no tuve otra alternativa,
jalé el gatillo.
Es curioso como los simuladores de los videojuegos
con armas ayudan en estos casos, el disparo fue limpio, certero y sobre todo, determinante.