De trata y... algo más.


Era un día caluroso, de esos se cuelan de vez en cuando en la temporada para demostrar que el sol aún existe. Ese día tocaba puente así que no hubo trabajo, era viernes. Tenía el día libre para escribir cuanto quisiese pero la inspiración al parecer también había tomado sus maletas decidiendo ir de viaje a la playa. Todo cuanto escribía me parecía barroco, absurdo o plano; no tenía caso seguir insistiendo en algo que parecía un imposible en ese momento así que apagué el monitor, tomé mi bolso y decidí ir a dar una vuelta, tomar un poco de oxígeno.

No había nube que amenazara con terminar ese día esplendoroso y asoleado, la ciudad estaba en calma, la gran mayoría había decidido tomar las vacaciones lejos de su molesta monotonía de un trabajo o un hogar, los pocos que no tenían el recurso para hacerlo decidieron conocer más íntimamente su cama sin salir de ella y algunos pocos no tuvieron más remedio que seguir con su vida igual, con un extra en la nómina por el servicio plus obligatorio.

Caminé tres cuadras hasta llegar al terreno baldío que pasaba como fantasma de un parque, ya nadie jugaba en aquel desolado lugar, el pasto seco, la tierra seca, todo muerto; mi lugar preferido para meditar. Me senté en el columpio y mecí mis ideas intentando hacer un licuado con ellas, algo que interesara no solo escribir, sino también leer.

Sobre la pared, recargada estaba un bulto llorando, el sonido me sacó de mi viaje personal. Al acercarme vi que se trataba de una mujer, era de piel oscura, probablemente venía de Cuba o algún país por el estilo. Ella seguía llorando, no había notado la cercanía en la que me encontraba, quería irme y dejarla con su sufrimiento pero ver aquella lágrima roja hizo que mi corazón diera un brinco sobre ella.

—¿Te encuentras bien? —pregunté con verdadero interés, ella se escondió haciéndose más pequeña y redonda todavía—. Tal vez pueda ayudar en algo.

Ella pareció confiar en mi voz, al voltear su rostro el asco me hizo retroceder unos pasos. Su cara estaba casi desfigurada, estaba entre morada, rozada, costrosa, uno de los ojos hinchado mientras el otro estaba pintado de sangre llegando a ser en el centro tan oscuro que hasta lo negro de su piel huyo.

—¡Por Dios! ¿Quién te ha hecho esto? —parecía increíble que hubiera sobrevivido a semejante golpiza, tenía que haber sido una golpiza. ¿La habrían querido asaltar, violar, secuestrar? Mi mente era perfecto hogar de la confusión.

—Por favor, ayúdame, por favor —tampoco podía hablar, su voz era ronca y diminuta.
—Ven, te llevaré a un hospital.
—¡No!, por favor ayúdame.

Sacó un objeto pesado, yo no entendí lo que me pedía; yo creo que mi rostro le preguntó lo que los labios no quisieron decir en voz alta, ella me pidió que me acercara y así lo hice, a mi oído soplo su voluntad. Claro que no accedí, cómo iba a hacer semejante cosa, ella suplicó, quería que la acompañara. Quise alejarme, irme corriendo y olvidar que me había topado con ella, pero sabía que eso no me era posible, la conciencia tarde que temprano tomaría el tren para alcanzarme y hacerme pedazos.

—Voy contigo —le dije después de pensarlo por lo menos un segundo más—, eso no quiere decir que haya accedido.
Al levantarse noté que su pie colgaba como péndulo sujetado solamente por el tobillo hueco y roto. ¿Estás segura de que no quieres ir a un hospital?, pregunté pero su negativa con la cabeza me hizo entender que sería en vano intentar convencerla. Empezamos a caminar, los pasos eran lentos, nunca la vi quejarse ni hacer gruñido por el dolor que de seguro sentía.

—¿Cómo puedes soportar el dolor?
—Hay dolores que duelen más —contestó con desgana escupiendo un charco de saliva con sangre.
—¿A qué te refieres? —estaba curiosa, no sabía a quien tenía junto a mí y eso llama al morbo a que siguiera preguntando cosas que yo sabía que no era de mi incumbencia.
—¿A qué te dedicas?
—Soy escritora —no quería hablar de ella, era de esperarse.
—Valla, qué suerte la mía. ¿Por qué serlo?
—¿Por qué no? —me puse un poco a la defensiva, ¿acaso iba a juzgar mi elección aún cuando ella se caía en pedazos por el rostro?
—Lo lamento, es solo que no cualquiera diría eso en voz alta, al menos no en mi pueblo.
—¿De dónde eres?
—Kenya.
—Mmmm, la verdad no sé donde queda.
—Es un país en el África, al este para ser más exactos.
—Estás muy lejos de casa, ¿qué te trae por aquí?
—Mi sueño.

Nos detuvimos, ella vomitaba una revoltura de mil colores, sabores y olores, tuve que voltearme para no hacerle segunda voz en ese canto directo de la boca del estómago. Terminó y se limpió con su mano, al parecer ya le había pasado antes pues había pintura carmesí en su cuerpo, parecía un grotesco disfraz para la noche de brujas. Continuamos nuestro camino hasta llegar a una calle sin salida. Abrió una puerta y entramos a unas oficinas abandonadas. Colgaba el techo en algunas habitaciones, los cables eléctricos hacían chispas al rozar con el metal, los vidrios estaban quebrados en su gran mayoría, escritorios rotos y cortados en un rompecabezas imposibles de unir, papeles tirados por cualquier lado…; bueno creo que pueden tener la idea del lugar. En ese momento me entró el pánico, pensé que había caído en una trampa, tal vez trata de mujeres. Comencé a temblar desde que la sola idea cruzara por mi cabeza, aún tenía tiempo para correr y ponerme a salvo.

—No te haré daño, apenas si puedo con mi cuerpo —Definitivamente mis ojos delataban cada emoción que pasaba por mis venas. La observé detenidamente, ella realmente estaba mal. Se recostó sobre unos cartones viejos que figuraban una cama, me puse frente a ella esperando a que dijera algo más. No me quedó de otra, tuve que preguntar.
—¿Cuál sueño?
—Nosotros somos famosos por ser buenos corredores, ¿has escuchado algún chiste sobre nuestra raza? —dije que no, era mentira—, bueno pues algunos son divertidos, como por ejemplo el de la carne, “para entrenar les amarran en una rama por delante comida y entonces ellos van tras ella, sin nunca alcanzarla”, o este otro, “ponen a leones para perseguirlos, o corren o se los comen”.
—Bueno, mi país no ha sido muy lindo que digamos.
—Solo son chistes, dan igual. Yo era de las mejores en la escuela —sí, allá también tenemos estudios pese a lo que se cree—, de las más rápidas. Mi sueño siempre fue llegar a las olimpiadas. Un día llegaron unos señores, venían de la legendaria América, para hacernos audiciones, querían seleccionarnos y hacernos parte de su equipo. Yo fui una de las elegidas.
“Después de toda la documentación que tuvimos que hacer, visas, pasaportes, contratos, llegamos a México, a todas nos instalaron en una misma casa, dos por habitación.
“No puedo negar que la comida era estupenda. Nos trataron siempre como reinas al menos antes de que los entrenamientos comenzaran. Yo me tomé el asunto muy enserio así que no me importaron que nos levantaran por la madrugada después de haber dormido no más de cuatro o cinco horas, durante el día era gimnasio, pesas, atletismo y acondicionamiento. Así fue durante dos meses, hasta que ellos determinaban que ya podías entrar en las competencias.
“Carrera tras carrera quedábamos en los primeros lugares llevándonos el premio económico, había semanas en que tenía nueve carreras, pero valía la pena. Después de dos años exigí que me dieran mi parte, o que por lo menos me dejaran dar el siguiente paso; nos prohibían hablar con alguien sobre el asunto, de hacerlo nos regresarían a ese punto negro olvidado y nuestro sueño de llegar a los aros se perdería por siempre.
“Fue un día en que Sasha no regresó de un paseo con ellos cuando de mi cuenta de nuestra cruel realidad. ¿Sabes? Existen muchas formas de explotación con personas, la trata no tiene que ver solamente con la prostitución o la venta de mujeres, hombres o niños; es un negocio de explotación con los sueños. Un intercambio entre el cielo y el infierno.
“Conforme íban despertando de esa fantasía, se las llevaban en un viaje del que nunca regresarían, otras más llegaban a tomar su lugar con falsas expectativas. Nunca tuve el valor para poder decir algo, así que continué corriendo hasta que mi rendimiento bajó; aún somos personas a pesar de la explotación y por tal la depresión también nos llega. Veintidós años, en un mes cumpliría veintitrés.

Me quedé helada en el lugar donde había elegido para dejar mi cuerpo descansar mientras mis oídos escuchaban atentos. ¿Cuántas historias no habrán de este estilo, frente a nuestros ojos, y no somos capaces ni siquiera de imaginarlo? A simple sonido podía ser una historia que no causara conmoción, pero si uno escuchaba detenidamente cada nota se daría cuenta de las forzadas agudas o los obligatorios graves que tenían que estar tocándose una y otra vez sin descanso.

—¿Ellos te hicieron esto? —al fin tuve el valor de preguntar.
—Fue durante una carrera, tropecé con la basura de otro corredor al iniciar los tres minutos. Me sacaron en camilla después de unos cuantos pisotones y empujones. Él estaba muy enojado, lo podía ver en su mirada, esperó hasta que estuvimos de vuelta en la casa cuando me llevó al sótano. El cuerpo de Crista estaba sobre el colchón con los ojos abiertos y ausente, desnuda, llena de piquetes y el vientre ensangrentado. El horror hacía de mi vida una película para quien tuviera el cinismo de tomarlo como diversión. Sus puños y sus patadas terminaron de romper el tobillo y lo que quedaba de mi persona, sacó un arma con la firme intensión de dispararla.
“Alguien le gritó en el piso de arriba, “tendrás que esperar” me dijo macabro y partió dejándome sola con el cadáver de mi última compañera de cuarto. Pasó el resto del día y por la noche salí corriendo de ese lugar maldito, corrí como nunca lo había hecho, ni aún en sus chistes, corrí por mi vida.
—Debemos denunciarlos y…
—No.
—¿Cómo puedes decir que no? ¡Algo tenemos que hacer!

Ella observó la furia que llenaba mi cuerpo, yo veía el dolor en que se había convertido, era un pecado viviente por vender sus sueños al mejor postor. “Por favor, te lo suplico”, volvió a implorarme, yo me negué y me negué y me negué hasta que no hubo pretextos inventados o por inventar que yo pudiera usar. “Nadie lo sabrá, solo…”; sé que dijo algo más pero las palabras se las comenzó a llevar el viento; lloré con ella, vi la laguna de su alma quemada por el infierno de su vida, no tuve otra alternativa, jalé el gatillo.

 
Es curioso como los simuladores de los videojuegos con armas ayudan en estos casos, el disparo fue limpio, certero y sobre todo, determinante.

Qué triste...

Qué triste es saber que ya te vas...

Qué triste es saber que no estarás...

Qué triste es saber decir adiós...

Qué triste es saber que no escuchas a tu corazón...


Quisiera poder no saberlo,

dejar que sea la vida y tus decisiones los que me sorprendieran,
despertar un día en la madrugada y ver tu lado de la cama
con las arrugas y las marcas de que no regresarás

pero el futuro me lo ha dicho castigando con agonía
de que un día te llevarás tu nombre lejos
y tus labios no velarán la eternidad.

Cambiaría el pasado por no estar en este presente
olvidar los recuerdos que pudieran quedar
y borrar los sentimientos que sueltos quedarán

aventar las palabras que a mi alma alimentaban
en la infame ilusión de nuestra relación
ahorcando la verdad oculta en la tempestad.

Tan solo pido al cielo que al amanecer
llueva lejos tu pensamiento que me dice que te irás
sin que aún estés decidido a dar el giro hacia alllá

sé que has de irte, el sueño me lo ha dicho,
tu mirada lo ha confirmado, mi lágrima lo ha salado,
da media vuelta y da un paso tras el otro.


Qué triste es saber que te has de ir...

Qué triste es saber que no lo sabes aún...

Qué triste es saber que tendrás que partir...

Qué triste es saber que yo me quedaré aquí...
 
 

¿Qué es violencia?


—Creí que sería como en los cuentos de hadas, una vez que has encontrado tu príncipe azul terminaría la historia felices para siempre. Pero resultó no estar nada cercano el felices, mucho menos el por siempre. Desde el día en que cruzamos el portal de matrimonio mi vida dio un giro que no esperaba.

Recuerdo que sus ojos negros me hacían suspirar cada que me volteaban a ver, más reciente al hoy ese brillo me hacía temblar esperando que mi esqueleto se mantuviera lo suficientemente silencioso para no llamar la atención de sus puños. Es verdad, la violencia alcanza a todos sin distinción. Aquella primera noche que pasamos juntos, fue todo un sueño, vivía en el paraíso, la luna de miel perfecta que cualquier persona desearía para sí misma; esa noche me hice la promesa de darle hasta el último aliento de mi cuerpo, ¿cómo sabría lo cierto que eso sería?

No pasó mucho tiempo después de aquello, no puedo decir que él cambió, tal vez siempre fue igual pero yo no me percaté de la realidad. Dicen que el amor es ciego, y a mí no solo me cegó sino también inutilizó mis oídos o mis manos, peor aún, mi grito se vio asfixiado por el miedo.

Sus dulces detalles que tenía para mí fueron alimentando la ilusión en el que al parecer vivía. Pasó aniversario tras aniversario como las lágrimas que se escapaban de mis ojos. Los golpes que te pueden dar en el alma son peores de los que pudieras tener en el cuerpo, son aquellos moretones transparentes, invisibles para el mundo que te carcomen vivo. Comencé a sentir una distancia entre nosotros, traté de aferrarme a él lo más que pude pero parecía huir de mis amores. El rencor y el asco no se hiso esperar.

Sobre la cama veía mi cuerpo poseído por su lujuria mientras mi voluntad era violada constantemente sin que pusiera resistencia alguna, pedía al cielo que esa noche fuera suficiente para que durmiera lejos de ese laberinto de emociones. Callé el tiempo en que sus ojos se fijaron en otra criatura esperando que regresara a mí esa mirada, callé cuando su sueños se volvieron en mi contra provocando el desenfrenado enojo, callé cuando la inmadurez se había apoderado de nuestras mentes y la casa se convirtió en el eterno campo de batalla.

Escuché mis gritos tras las paredes, sobre las sillas, debajo de la mesa, dentro de la cama. No había ventana suficientemente grande que me permitiera escapar ni puerta cerrada que pudiera abrir. La fuerza llegaba a mis brazos clamando la justicia pero su cuerpo soportaba a carcajadas mis delicados intentos. Me sentía dentro de una camisa de fuerza cuando abrazaba mi dignidad y la pisoteaba cuanto quisiese. Una bofetada, tal vez dos, tal vez miles, tal vez millones, el polvo lo supo y aún así huyó.

Quise despertar de ese mal sueño llamado pesadilla sin darme cuenta de que era tan solo la realidad que había decidido tomar en aquel altar de la iglesia, mi condena se sellaba con el “sí, acepto”, y mi alma cayó al infierno en vida. No fue el alcohol, no fue la droga, no hubo otra mujer. Solo hubo dos, dos extraños mostrando lo peor de sí mismos, convirtiendo lo bello en bestia, las caricias en rasguños, las palabras dulces en hechicería negra, la esperanza en muerte, el deseo en odio, el amor en nada.

Él fue tan culpable como lo fui yo, como lo soy.

Una violencia que pasó desapercibida para el resto del mundo, hay folletos hay campañas hay dinero tirado en la máscara de la hipocresía; no existe la ayuda para quien es como yo.

Hubo una noche, siempre es una noche, en que mi cuerpo gastado ya no le fue suficiente, no hubo orificio que le quitara esa embriaguez del cuerpo. Sus acostumbrados insultos llenaron mis oídos traspasando la protección de la cera, recuerdo su hombría sobre mi rostro salpicando su pudor con orgásmica necedad; mientras la lechosa substancia hacía mascarilla en mi rostro mis recuerdos salieron al rescate.

Él terminó con un lindo puñetazo en la barbilla, otra mordida en el cuello y una patada en la espalda. Poco dolieron en ese momento, mis sentires estaban perdidos en las imágenes que mi propia infancia había creado. Lo miré dormir, tranquilo, sin preocupaciones ni angustias, como lo había visto la primera noche en que estuvimos juntos, era un ángel y entendí porque me había enamorado. Besé su frente y salí de las sábanas con el mayor cuidad del que fui capaz, cerré la ventana con seguro y sellé el cuarto con llave y una cadena que terminaba en el candado reforzado.

Me quedé sobre el sofá meditando, la vela se tambaleaba con la amenaza de apagarse. La observé todo lo que quise, su fuego se hizo mío y la tomé; sentí como caía el residuo en mi mano quemándola, pero yo estaba en la esencia de ella. Caminé en cualquier dirección y comencé la escena que tanto había visto en el espejo reflejando mi propia muerte. Las cortinas comenzaron a incendiarse sin parar, el fuego comía todo lo que tocaba, no había obstáculo suficiente. Salí a la calle y me paré frente a nuestra venta, el humo y la noche hacían imposible ver el interior hasta que la habitación se llenó del colorido rojo anaranjado y el diablo gruñía dentro del cuerpo de ese ser divino con quien había vivido.

Ahí me quedé hasta que los bomberos y la policía llegaron, era demasiado tarde. Sentí las frías esposas en mis muñecas, el sabor de la libertad.


—Pudo pedir ayuda.

—¿Y piensa que no lo hice?

—No sé qué hacer en este caso, Sr. García.

—No se preocupe, esto también pasará, dicen por ahí.


* * * * *

“Tanto hombres como mujeres sufren de toda clase de violencia, no todo es lo que parece.” Terminaba de recitar el abogado frente a los jueces, no fue suficiente, un hombre maltratado no conmociona como la delicada piel de una mujer, para los ojos de la sociedad era solo un hombre mísero que sacó su locura en algún momento matando al que fuera su esposo.

Cincuenta y cuatro años tras los barrotes, la justicia gritaba poderío y victoria, la sociedad se alzaba el cuello por el merecido trato, el hombre solo veía su vuelo detrás del suicidio en la celda fría marcada con el número veintiocho, su aniversario de bodas.




Una vez soñé.

Una vez soñé con tu cuerpo
y se quedó tu aroma
prendido en mi deseo,
una vez soñé con tu amor
y se quedó mi negativa
en el recuerdo del adiós.

Hoy he querido buscarte
pedir tus sueños en mi mente
pero solo el susurro de tu ausencia
me devuelve la razón
del por qué no puedo tenerte.

En la oscuridad menciono tu nombre
intetando distraer mis ganas,
en el silencio te nombro
tratando de diluir tu recuerdo,
en la nada te invoco
buscando llenar este hueco
que dejaste al marcharte
tras el entierro de un sueño.





Ave María Purísima.


—Ave María Purísima.
—Sin pecado concebida.
—Dime hija, ¿qué puedo hacer por ti?
—Padre, vengo suplicando el perdón de todos los Santos en el cielo y el de nuestro Señor. Hace días que vivo dentro de una agonía, vivo el infierno en carne propia.
—Tranquila hija, dime qué es lo que pasa.
—Ayúdeme por favor, padre. ¡Ayúdeme! Una terrible maldición ha caído.
—Si no me dices, hija, de qué se trata no podré ayudarte.
—Todo inició unas semanas atrás, cuando perdí mi trabajo…
“Yo trabajaba para una empresa importante, Suplex Sim; esa que todo el mundo conoce. No era nada importante, tan solo limpiaba los pisos y las oficinas.
—Hija, esto es un confesionario y…
—Se lo suplico, ya no sé donde acudir. Es mi última esperanza, padre.
—Limpia tus lágrimas; qué pasó en esa empresa.
—Gracias, gracias, verá que Dios le pagará. Bueno, como le decía…

Llevaba en esa empresa diez años, por falta de estudios nunca pude conseguir un trabajo diferente, me cuesta leer y aún más escribir. Desde muy chica quedé embarazada del novio que tenía en ese entonces, mi papá me corrió del pueblo y Pedro tuvo que venirse para la Capital a trabajar para poder tener a nuestro hijo, poco antes de nacer Benito llegué aquí mismo. Cuando nació, la pasamos difícil, no fue un parto natural y pues entre las vecinas del lugar, que también venían de otros pueblos de más lejos, ayudaron a que mi niño naciera. Lo que le pagaban a Pedro en ese entonces poco nos alcanzaba para la leche y el resto de los alimentos, el niño nunca quiso pecho, pero con el favor de Dios pudimos salir adelante.

Otros cuatro niños vinieron después de Benito, Juanita y Tatis son los que sobrevivieron, los otros los perdí a los pocos días de llegados a este mundo. No alcazaba para ese entonces la plata así que tuve que salir a buscar trabajo, en pocos lugares me recibían pues tenía que cargar con los chamacos, no tenía quien me los cuidara. Fuimos a las organizaciones del gobierno que según decían ayudar a la gente como nosotros, pero pedían papeles que la verdad, en mi pueblo, pues ni se sabe qué es eso. Cuando nacía un niño se registraba sobre un libro, el chamán era quien lo hacía pues era el que escribía; no había credenciales ni nada por el estilo, todos nos conocíamos y por tanto no era necesario; cuando llegamos aquí solo traíamos algo de ropa, para unos tres días, no más.

La cosa no mejoró hasta mucho tiempo después, cuando vendía chicles en la esquina de Reforma, ya sabe, allá donde está el mero ángel grandote. Un día llegó un señor, con traje y toda la cosa, y pues se interesó por nosotros y pues por nuestra forma de vida. Lo llevamos al barrio en el que vivíamos, y se le vio raro. Pedro trabajaba en la Central y casi nunca estaba, así que este señor me ofreció un empleo en su empresa, me dijo que todo estaría mucho mejor y que podría llevar a los niños a la guardería y a la escuela de cerca. En un principio pensé que era un loco, alguien que quería robarse a mis hijos, pero de tanto insistir terminé por hacerle caso, ¡y las cosas cambiaron!

Digo, no es que nos hiciéramos ricos ni nada por el estilo, para eso se necesita mucho dinero; al menos la comida ya nos alcanzaba, Benito, Juanita y Tatis comenzaron a estudiar en la escuela, y pues por ellos fue que aprendí un poco a leer y me enseñaban a escribir. El señor que me había dado el empleo siempre se portó muy amable con nosotros, a veces nos regalaba frijoles o arroz, otras era aceite o lo que el pudiera pues.

—¿Qué te pasa hija, por qué no continúas?
—Hay padrecito, he pecado ¡he pecado!
—Hija, entre lamentos y gritos no podremos hacer nada. Ven vamos a la Sacristía, ahí estaremos más cómodos y podrás tomarte un té para calmar los nervios.
—Pero, padre, ¿no se rompe el pacto de confesión?
—No, estaremos bien; anda, vamos.

—Continúa.
—Gracias por el té, padre.

En casa pues éramos pobres,  digo aún lo somos, así que tuvimos que irnos a vivir a otra parte, encontramos una vecindad; todos muy buena gente, con niños casi de la misma edad así que entre todos nos ayudábamos con los escuincles o lo que surgiera, digo, si alguien tenía algún problema y así. Pedro desde entonces cambió, llegaba todo sucio y a altas horas de las madrugadas, siempre oliendo raro. Fue de mal en peor hasta que llegaba ebrio con la botella en mano, los golpes comenzaron a surgir. ¡Hay padre!, hubiera visto, todo se lo gastaba en esa cosa y pues yo tenía que tratar de comprar la comida pero luego él lo tomaba y se lo gastaba, cuando no teníamos para la comida se enojaba y comenzaba a golpearme; primero fue con un cinto con el que se ataba los pantalones, después ya era cualquier cosa, hasta sus puños. Yo no decía nada pues porque se supone que no debo hacerlo, es lo que nos enseñan nuestras madres y abuelas y las abuelas. Eso fue al principio, después ya se desquitaba con los niños, sobre todo con Juanita.

¡Dios! Pobre de mi Juanita, la escuchaba gritar en el otro cuarto, a veces se vomitaba en él y le iba peor pues tenía que limpiarlo de tal forma en que no puedo decirlo ni en voz alta; cuando me obligaba a verlo podía hacer nada, si lo intentaba tomaba, al terminar, las colillas de los cigarros que dejaba prendidos apropósito y comenzaba a esparcirlos por mi cuerpo, me ataba de las manos y las piernas, me quemaba hasta que amanecía y entonces él se quedaba dormido.

—Pero, hija, tú no tienes culpa de nada. No se le puede culpar a la ignorancia, eso no es estar maldito. ¿No buscaste ayuda?

Los viernes era mi día de descanso del trabajo y ese día iba con mis bebés al parque que había en la cuadra para que ellos jugaran y se pudieran distraer un rato. Una tarde, cuando ya íbamos de regreso, mi Juanita se perdió. No supe nada de ella, la busqué por toda la colonia, grité hasta que la garganta se me cerró, busqué en los juegos, en las tiendas, debajo de los automóviles, pero nada; no hubo rastro de ella. Yo estaba desesperada, dejé a  Benito y a Tatis con unos vecinos y me dirigí a la delegación para poder levantar la denuncia. No me hicieron caso, no quisieron creer mi historia y me dijeron que tenía que irme sino me detendrían.

¡Ay! ¡Padre! No sabe lo que es perder un hijo, es sentir que le arrancan a uno el corazón en carne viva y la piel se quema sin poder hacer algo para evitar el dolor. Llegué a mi casa y saqué un cuchillo, quería enterrarlo lo más profundo para poder calmar el lamento del alma. Arrancaron a mi hija de mi lado, la pequeña tan solo de ocho años había desaparecido. Pedro me castigó desde que llegó y todo el día siguiente; yo deseaba que lo hiciera. Una madre no debe perder a los hijos, yo pedía que el infierno se transformara en mi estilo de vida como penitencia por la irresponsabilidad a la que había llegado. Benito y Tatis seguían con Doña Tilde, nunca me dijo nada ni me reclamó nada; ella solo  me ayudó desde el silencio.

Tardé unos días en estar algo bien, aunque cuando se pierde un hijo nunca se está bien. Llegué al trabajo y el Licenciado había dejado dicho que en cuanto apareciese me llevaran a su oficina; así lo hicieron. Con el pasar de los años, ese que me había ayudado logró subir en la empresa, yo lo sabía pues su auto era otro y su oficina estaba en el piso más alto. Yo nunca había entrado, no se me estaba permitido. Cuando entré a la oficina pidió que tomara asiento en una de las sillas frente a su escritorio, tenía debajo de sus manos un sobre blanco. Comenzó preguntando cosas del trabajo, ahora no recuerdo muy bien todo lo que decía hasta que llegó la pregunta clave <<¿por qué no se presentó a trabajar estos días?>> Yo le expliqué entre llantos lo que le había ocurrido a mi Juanita con la esperanza de que comprendiera mi situación y hasta pudiera ayudarme, después de todo ya lo había hecho una vez. La única respuesta que recibí fue: lo sentimos, ha dado un buen servicio para esta empresa pero desafortunadamente nos encontramos en tiempos difíciles; en este sobre encontrará lo correspondiente y un poco más. Los guardias la acompañarán.

Quise gritar y golpear a todos los que se me pusieran en mi camino pero no hice nada. Caminé en medio de los guardias que me dejaron dos cuadras lejos de la compañía. No supe que hacer y solo se me ocurrió regresar a casa, recogí a mis hijos del colegio y calenté algo para la comida. Mientras la sopa estaba lista, Benito se puso a ver la tele, a esa hora lo único que lograba captar la señal completa era el noticiero; normalmente no ponía atención a lo que los documentales decían, pero ese día… esa tarde.

El tiempo se detuvo, la presión comenzó a taladrar dentro de en mi cabeza, sentí un martilleo que acrecentaba la hinchazón del cerebro, el mundo se había vuelto loco y yo con él. A lo lejos las palabras iban entrando en mis venas, cada letra se impregnaba dentro de mi propia sangre. La huelga del escritor por la muerte de su hijo, la actriz que acababa de sufrir un asalto en su lujosa limosina, los políticos que hacían campaña con mentiras, el cantante con su gran misa, todos le lloraban, el mundo estaba de luto. El mundo sabía y mostraba su compasión a quien su vida tenía detrás de la tele, pero era indiferente a quien vivía  a su lado.

Yo no se qué me pasó, Padre. Entré en otro lugar, no parecía ser el mismo planeta en el que yo había crecido. Tenía en mis manos el cuchillo con el que picaba la cebolla, lo miré por unos momentos antes de ver a mis hijos, debía salvarlos, era mi responsabilidad; debía evitarles todo el dolor que les deparaba el futuro. Todo transcurrió muy rápido, casi en silencio… Acomodé a Benito y Tatis en sus camas, prendí una veladora para que sus espíritus pudieran llegar al cielo, como los ángeles que ahora eran.

—Pero, hija, ¿qué es lo que has hecho?
—Yo pedí morirme, debe creerme. ¡No me vea de esa forma! No soy asesina, ¡NO SOY ASESINA!
—Tranquilízate, debes calmarte; haré todo lo que me pidas pero por favor, baja eso.
—¿Me dará lo que quiero? Yo quiero el perdón, es lo único que busco.
—De acuerdo, si bajas eso podré acercarme y te daré la absolución.
—¡No! Ese día, mi mente se partió en dos; la más débil ha venido a buscarlo intentando confesar lo ocurrido.
—¿La más débil?
—Pero yo soy más fuerte, no puedo permitir que sepan la verdad. No es necesario que diga nada solo comience a rezar.


 * * * * *


Los policías quedaron callados más rato después de que la grabación terminara. Se vieron a la cara antes de que alguno de los dos pudiera decir algo.
—¿Dices que hablaron diciendo dando la localización de este sobre? —no se explicaba lo que acaban de escuchar.
—Sí. Dijeron que era un mensaje para usted, que comprendería —al ver que su compañero parecía no ver de donde venía todo eso sacó otro papel del sobre—; dentro también venía esta carta —vio el papel que su compañero le tendía, no tuvo más remedio que tomarla y leerla:

“Con siete millones de habitantes en el mundo y la indiferencia como amuleto, la mala suerte siempre estará presente viendo nacer la maldad en la semilla del bien”.




¿Somos antes o después?


Está oscuro, no logro reconocer el lugar y a pesar de que es chico me siento cómoda, familiar. Parece que floto entre la intemperie, me moja pero a la vez me hace sentir cálida. A veces escucho algunos ruidos, no logro comprender lo que me dicen; pareciera que están enojados porque son muy fuertes y todo el agua en el que me encuentro vibra agresivamente, me da miedo; otras son diminutas y bajitas, no me asusta pero me hace sentir incómoda, como si no existiera.
Quisiera que este lugar fuera más grande, con más espacio, no logro alargarme como quisiera; debo estirar mis pies pero esta bolsa no me deja aunque es divertido patearla, retumba como liga, no puedo reír sin embargo la sensación de diversión me entretiene. Dado que no veo nada, tengo que mover mis dedos para tocar todo lo que está conmigo, así fue que me di cuenta que estoy atrapada, el agua se me ha metido en mi nariz, y la siento en todo el cuerpo. Podría decir que no importa, pero no entiendo que es lo que me está pasando, tal vez esto sea lo que llamen “un sueño”.
Al menos así fue al inicio, cuando iba descubriendo lo que me rodeaba; ya después comencé a acostumbrarme, hasta en una ocasión creí ver cositas brillantes, como polvo. Parecía que querían jugar conmigo y yo me alegré de tener compañía, ya no estaría solita. Esa vez el ruido se escuchó muy fuerte, comencé a temblar aunque no supe por qué. Movimientos bruscos llegaron hasta mí, pensé que la bolsa se rompería, no podía esconderme, se me ocurrió pegarme lo más lejos del lugar de donde sentía aquello malo.
Lo que pasó después, nunca logré comprenderlo. Entre los destellos vi que una sombra se movía y rasgaba la bolsa. Tenía pánico, quise gritar pero el agua entró por mi boca, la forma de moverme era lenta así que seguí pegada viendo, sintiendo. La bolsa se rompió, muchas cosas pasaron en mi cuerpo, ahora temblaba pero no por miedo, otra cosa hacía que todo se moviera sin que yo lo quisiera, el agua se había ido. Sentí que me asfixiaba, necesitaba el agua, ya no había lucecitas, solo una cosa que comenzó a desgarrar todo lo que encontró a su paso. ¿Qué era? No lo sé, de pronto esa cosa se fue. Mi cuerpo estaba entumido, sentía que me comprimía y eso dolía, sí, creo que es eso a lo que llaman “dolor”. Pensé que todo había pasado y que pronto esa bolsa se reconstruiría y el agua volvería.
Entró otra cosa alargada por donde se había ido la sombra, se detuvo frente a mí y un ruido ensordecedor colapsó mis oídos, llegó un momento en que no fui capaz de escuchar nada y quedé sumida en el silencio. Mi cuerpo se desgarraba, la sombra había regresado y comenzó a picar mis piernas, yo me aferré a la parte de la bolsa en que me encontraba, pero la cosa esa me jalaba mientras la sombra me picaba. Sentí cómo de mis ojos salía agua, escuché decir que podrían ser lágrimas. Las cosas no me dejaban en paz, jalaba y jalaba, picaba y picaba; mi pierna se desprendió y vi como se iba dentro de un tubo, un camino raro. Vi la parte donde antes estaba mi pierna, hilos y manchas rojas, fue lo que logré distinguir. Grité y grité pero no sentí que yo hiciera ningún ruido; mi otra pierna fue desprendida.
Yo no sabía que me estaban haciendo, por qué me lo estaban haciendo. Yo solo había llegado ahí, no supe cómo, de pronto sentí agua dentro de una bolsa, ¿fue por los juegos?, prometo que no vuelvo a jugar, ¡prometo que no vuelvo a jugar!; la mitad del cuerpo se fue tras el tubo.
Ya…, ya no podía ver bien, sentía cosas horribles, mucho dolor, todo el cuerpo seguía temblando y se doblaba y se arrugaba. Yo no quería seguir, ¿qué estaba pasando? Tal vez, si yo me iba solita hacia el tubo ya no me haría daño, tal vez ya no sentiría esta agonía; quise acercarme cuando la sombra me tomó por atrás, se enganchó en alguna parte de mí y entonces salió el primer grito, no había sido de mi boca sino de todo el cuerpo, había reaccionado con un “crank”, el grito más largo de toda mi vida.

* * *    POCO ANTES   * * *

—Jaime, no puedes hacer esto, no puedes tomar una decisión así, tan a la ligera.
—No te estoy preguntado, y más vale que hagas caso o las consecuencias podrían ser peores.
Arlete estaba aterrada, recostada sobre una cama, amarrada de pies y manos. Sabía lo que Jaime intentaba hacer, ojalá lo hubiera entendido antes de subir a su camioneta; ya conocía lo mentiroso que era con tal de hacer valer su voluntad pero aún tenía ese poder sobre ella; nunca había tenido el valor para contradecirlo. Ahora se arrepentía de no poder encontrar una forma de evitar aquello.
La enfermera se acercó a ella, oprimió un control que hizo mover el aparato haciendo que ella quedara de piernas abiertas, tomó las tijeras, levantó la falda y cortó el calzón quedando al descubierto su sexo —tal vez sientas algo de incomodidad y lo frío de los aparatos, sino no te mueves las probabilidades de una hemorragia son mínimas, así que tu vida está en tus manos.
Vio en sus ojos que parecía disfrutar de ese escenario, ella quiso moverse, golpear con todas sus fuerzas esa cara maldita y salir corriendo; pudo imaginar la escena en su cabeza, cada detalle, la fuerza que sacaría de su recóndito ser, pero no fue más que el deseo de su propia alma por parar a la anti naturaleza de lo que estaba por ocurrir.
—¿Tardará mucho? Tenemos algo de prisa —Jaime estaba desesperado, debía llegar a tiempo para que nadie sospechara.
—Tardaremos lo que tengamos que tardar, eso lo hubieras pensado antes de meter tu cosita muchacho, ahora vete, vamos a comenzar —en ese momento el doctor entró en la habitación echándolo fuera.
—Y, y mi bebé, ¿va a sentir algo? —su remordimiento era real, tan real como su miedo a no hacer lo que le pedían.
—¡Vamos niña! Tienen suerte de que podamos hacerlo, a las 14 semanas es muy difícil el procedimiento; tan solo es una cosa, no tiene alma, no siente, no ve, no escucha…



*  *  *  *  *

Bien, después de esta pequeña historia, ¿alguien tiene algún comentario? —esperó unos segundos, sabía la repuesta de ante mano y aún así dejó que digirieran lo que acaban de ver sobre el pizarrón ahora en blanco—. Eso imaginé. Puede que se pregunten, bueno, ¿y qué tiene que ver todo eso? Todo, les respondo yo.
La ciencia siempre tiene que ver con nuestra vida, íntima, social, familiar; no existe excepción para esta regla. Lo que ustedes acaban de leer es una historia de un caso polémico: el aborto. El feto, ¿consta de vida?, de ser así, ¿tiene alma? Estas preguntas han llevado a muchos estudiosos a conspiraciones religiosas, físicas, químicas; no es mi intensión armar un debate, así que tranquilos, cada quien mantendrá su postura sobre el asunto en secreto.
Esta Universidad, se ha empeñado en estudiar este tema tratando de dar respuestas —después de todo, eso hace la ciencia, buscar respuestas—; con ese fin creó el primer Eco-vibrador de la historia. Un aparato de última tecnología que nos permite medir las vibraciones más pequeñas de sonido que nuestro oído común no es capaz de percibir, al mismo tiempo que lo materializa en imágenes con zondas de calor y frío; todo esto desde un aparato de ultrasonido permitiendo la imagen 3D, sé lo que están pensando, ¡toda una monada!
Hemos estudiado durante el procedimiento de diferentes abortos, las razones no nos interesa señores, lo verdaderamente increíble es lo que hemos conseguido con esos estudios. Los resultados dieron positivo a las pruebas de choques eléctricos en varias partes de ese diminuto ser; no sabemos a exactamente como es que el cerebro, al no estar completamente desarrollado, puede procesar esta información, sin embargo lo hace y, no solo eso, sino que tiene reacción.
Lo anterior nos deja con sola verdad absoluta que no tiene que ver con religión ni tiene que ver con ciencia, tan solo tiene que ver con la lógica de la naturaleza; desde que el espermatozoide y el óvulo se unen para formar el embrión comienza a existir algo que no podemos negar y ahora se ha comprobado: instinto.
Levantó el pizarrón para proyecciones dejando un estante al descubierto —lo que tienen frente a ustedes son los pequeños que hemos logrado obtener y disecar en algunos procedimientos, al menos son los más completos —muchos comenzaron con cuchicheos y murmuraciones, nadie se atrevía a mirar más allá de un segundo—. Y con esto, señores, démosle la bienvenida a este nuevo curso y su nueva vida dentro de la carrera de Medicina, en la cual, espero que a su término, sean capaces de contestar: ¿somos antes o después del primer lloriqueo al nacer?